jueves, 6 de noviembre de 2008

Haciendo el querer


Luis espera ansiosamente en la esquina en la que ya esperó ocho veces por Octavia, las ocho en ese mes, la segunda en esa semana, la primera en ese día.



Intranquilamente mira de lado a lado y, como siempre, no tiene idea de por qué esquina aparecerá ella cargando esa bolsita que contiene, como en los siete encuentros anteriores, las botellas de agua, los chocolates, las galletas de naranja que tanto le gustan a él y los preservativos que le da tanta vergüenza comprar.



Mientras ella se acerca con calma y lo saluda con cariño, él apura el paso dándole la mejilla para que no lo bese en los labios y la lleva del brazo hacia la puerta de ese hotel.
Llegan al mostrador y, mientras ella lo abraza, él saca su billetera y rápidamente paga, recibe las llaves y la lleva a la habitación.

Octavia deja sus zapatos al costado de la puerta y, de un salto, llega a la cama y abre la bolsa que contiene lo mismo que contuvo las siente veces anteriores, de las cuales las dos últimas fueron en esa semana.



Luis, de reojo, va mirando lo que hace ella, mientras de su mochila saca unos pequeños parlantes para poner un poco de ambiente en aquel silencioso y oscuro lugar, pues en realidad, nunca le gustó hacer eso en el absoluto silencio, siempre prefirió este tipo de situaciones con un poco de música.



Presiona play y cuando se da la vuelta hacia la cama, observa que Octavia ya está desnuda y de la bolsa que siempre trae lo mismo, como en los siete encuentros anteriores, no salen ni los chocolates, ni las botellas de agua, ni las galletas de naranja; sino, sale una botella de whisky y una bolsa de hielo.



Desnudos los dos, empiezan a beber mientras conversan. Ella le cuenta sobre su trabajo, sobre lo difícil que es encontrar un lugar donde la consideren a pesar de ser mujer, y él escucha mientras juega con su cabello y la abraza.



Después de casi una hora de conversación y más de media botella de whisky, comienzan a besarse y, finalmente, sale de la bolsa que siempre tiene lo mismo como en los siete encuentros anteriores, el elemento que hasta ahora faltaba en esa noche: los preservativos.



La botella rodó por el suelo y los cubitos de hielo se derritieron en la alfombra. La batería del discman se acabó y los parlantes dejaron de cantar para ellos dos. Los preservativos se acabaron y ambos retozaron abrazados en la cama.

Luis bebía uno de los últimos sorbos de la botella y leía la cajita de los preservativos, cuando Octavia, con la mirada completamente relajada a causa del alcohol, lo miró a los ojos y le dijo: “¿Te gusta hacer el amor conmigo?”



En ese momento Luis la miró y no dijo nada. Bebió de golpe lo último que quedaba de whisky en su vaso y, hablando casi inentendiblemente, le dijo: “yo no te amo, por eso no puedo hacerte el amor, pero si te quiero, de repente te puedo hacer el querer”



Octavia lo miro y sonrió. Lo abrazó, lo besó y le dijo: “no seas tonto, es un decir, yo tampoco te amo, pero si quieres hacemos como tú dices, hagamos el querer”



Rieron un rato y siguieron abrazados. Ella lo besó nuevamente y le dijo: “me avisas cuando estés apto para quererme de nuevo”. Él sonrió y con un beso y acomodándose, le dio a entender que estaba listo otra vez.


Y así, revelando verdades a causas del alcohol, se “quisieron” una vez mas, con la botella vacía tirada en el piso, con las manchas del hielo derretido en la alfombra, en completo silencio y con la caja de preservativos vacía y desparramada por los suelos.



Una hora después se vistieron, ordenaron un poco el desorden que habían ocasionado en el cuarto y salieron. Luis devolvió las llaves y Octavia lo esperó en la puerta, mirando que no haya nadie conocido por la calle antes de salir.



En la puerta y con la conciencia aun no tan conciente, se despidieron. Lucho le estiró la mano y Octavia le dio un beso en la mejilla. Se dieron la espalda y cada uno camino hacia un lado opuesto, sin mirarse y sabiendo que de repente, después de lo que dieron ese día, no se volverían a llamar.

Pasó un mes y como era de suponerse, ella no lo llamó.
El último día del siguiente mes, cuando era casi imposible que alguno de los dos se llame, Octavia lo llamó y le dijo: “Luis, estoy embarazada”



Luis trató de recordar lo que pasó la última ves que se encontraron. Recordó que ella sacó los preservativos de la bolsa, por lo que le parecía raro lo que Octavia le contaba. Recordó la botella de whisky en el suelo, los hielos derretidos en la alfombra, recordó hacer el “querer” con ella y por último, recordó que ella le pedía que le avise cuando esté apto para quererla de nuevo, y el volcándose encima de ella, veía aun borroso por el alcohol, la caja vacía de preservativos desparramada por el suelo.












Aviso de servicio público:
Ya sale a la venta el primer disco oficial de PETIPUNK, "Cuando todo dejó de ser divertido". Los que quieren pueden hacer sus pedidos por aca, yo gustoso lo tomaré en cuenta
Gracias





sábado, 25 de octubre de 2008

Obituarios

He pensado en la muerte, no en morirme, simplemente en lo que es la muerte y me di cuenta que no le tengo miedo. Lo único que me da un poco de miedo acerca de la muerte es que posiblemente podría causarle dolor a unos cuantos por ahí que me estiman.

Durante una semana pregunte a amigos que es lo que ellos escribirían en mi lápida de ser el caso de mi muerte, y estos fueron los resultados:

- Se fue la risa y parte de mi corazón. Nos vemos allá. Guárdame sitio.
- jose rojas el mejor rudegay.
- aki murio la alegria del mundo.
- petipunk, el hombre que venció la anorexia.
- en el cielo tierra infierno, la musika siempre unira nuestras almas, el dia ke no haya musika simplemente no abra vida.
- Mechacorta, jajaja
- tardes frias.
- cuadraditos blanco con negro.
- siempre fuiste el último...en todo, pero hoy te nos adelantaste. Descansa en paz amigo.
- provecho para los gusanos.
- gran musiko gran humano gran hermano... Salud
- " Sono "Punk"! cuando callo al suelo muerto" jejejeje
- artista incomprendido, amigo entusiasta Jamas se dio por vencido y todo a su paso tiene su huella
- mafalda (L)
- era una mierda... pero una mierda muy querida
- tio lucho
- ya enterraron la nutria, t llevas contigo mi sonrisa
- a ti...PATHITHAAAAA con kriñoouu
- Músico
- los hermanos son los mejores libros que podemos leer
- empieza a skarbar y skapate
- "el mejor actor de las cosas que te puedan hacer feliz"
- "He aqui el inspirador y el artista"
- ay no me gusta esa pregunta... no seas mongolitoo! no dire nadaaa!
- Para el que fue en vida un soñador disparado y un complice amigo, siempre a nuestro lado
- "La memoria es fragil, el corazon no"
- que superaste la bulimia, y eso me enorgullecio en demsia
- vivió.amó.pedorreó.murió
- "vivio entre notas, salto entre sueños, durmio entre risas"


Esos fueron comentarios de algunos de mis amigos, que dijeron algunas cosas interesantes, otros no tan interesantes, otros graciosas, otros inentendibles, pero bueno, ahí están, tal como lo dijeron, ni los he tocado ni corregido.

Gracias a: Pompi, la garra, street, celina mosh, punkchu, el duente, kekelo, el moreno, la chola, miss papa andina, michi, marciano, ladyblue, michim, mi hijo, tulero, gordaza aza, amixer, katarsis, G, fibras, pliqui, ando, Bulbis, nuelito, la libelula, pastel, mi papá y le pumé.

sábado, 4 de octubre de 2008

Sentimiento Aeropuerto

Entre la bulla del lugar he visto como te reías. Era como si la tristeza de partir todavia no te alcanzara, y es que era asi, a pesar de estar tan cerca la hora de subir a ese avión, todavia no era el momento.
Te has reido, bailado, posado para los flashes y, sosteniendo tu pesado abrigo, me he quedado mirando todo, a ratos de lejos, a ratos bailando a tu lado, y el alcohol me ha ayudaba a no pensar en nada.
Los abrazos, los besos, los ojos llorozos, el paso lento de salida y la música que se queda ahi, con la diversión, con el pasado, encerrado en un momento que desde ahora será recuerdo, tan lindo como una vida, que ahora ser hará distinta.
...
Vamos camino al aeropuerto. Mi papá maneja y de fondo va la cumbia de Bareto. Yo voy mirando por la ventana, algo aturdido y sin saber el motivo exacto, aunque estoy completamente seguro que es la mezcla exacta entre el alcohol y la tristeza.
Hemos caminado por el aeropuerto, hemos dado vueltas y vueltas.
Increiblemente se acerca la hora, sé que en un momento tendrás que pasar por esa puerta para pagar un impuesto que te llevara a un sueño, pero asi es la vida.

La abuelita camina preguntándome por milésima vez a donde te vas, cuando vienes y por qué te vas. Los ojos de mi mamá, extremadamente nerviosa, comienzan a sonrojarse y humedecerse, como si una leve garua empezara en su interior.

Yo camino un poco mas atras, pensando en que no será igual no tenerte aca, en la puerta del frente, donde pueda ir todas las mañanas a joderte la paciencia mientras aun duermes; o en la sala dando vueltas y donde se que me escucharás cuando grite desde mi cuarto que encontre un video nuevo en youtube.

Va a ser un toque dificil. Ya te comienzas a despedir y el nudo en mi garganta es molestosísimo, pero no puedo llorar, no en ese momento, tengo que ser fuerte para que mi mamá lo sea también, aunque ella si llore.

Te abrazo y, como siempre y tú lo sabes, soy muy taba y no se que decir, creo que soy mejor escribiendolo, como en este momento. Te voy a extrañar. Nada mas.

Ya te fuiste y todos siguen dando vueltas. He caminado hacia un rincón del aeropuerto, esa parte de ventanas grandes donde se ven los aviones, y ahi solté un par de lágrimas que sequé al instante, como dije antes, tengo que ser fuerte y no llorar para que mi mamá sea fuerte también, aunque ella si llore.

Salimos todos y cada uno se va por su lado. Nos vamos con mi papá, y al entrar al auto, decido ir en el asiento de atrás: “¿Vas a dormir?”, y yo entro y me acuesto a lo largo, como para dormir, aunque en realidad me acuesto asi, solo para soltar un par de lagrimas mas, sin que nadie me vea.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Cara y sello

Cara: Campeon de nada
Sello: Ojo por ojo


Cara

9:30 pm

Felipe se termina de afeitar, sale del baño y mira en su cama la ropa que usará esa noche. Después de casi ocho meses, los mismos que Rocío lo abandonó, decidió salir un sábado por la noche con lo amigos, aquellos amigos que había abandonado cuando empezó su relación; ademas era cumpleaños de Carlos, su mejor amigo, y no podia faltar.

Se mira en el espejo y piensa que a partir de esa noche todo será diferente, que de ahora en adelante cambiará la vida para el de nuevo y que es posible que esa noche conosca a alguien, alguien que lo haga sentir bien, con quien pueda conversar, reir, divertirse. Alguien a quien le pueda invitar una cerveza o un trago y quedarse hablando de las tonterias mas grandes que se pueda imaginar mientras a su alrededor la bulla y la multitud no los afecten, no los incomoden, ni siquiera existan.

Suena el celular y contesta. Sus amigos lo esperan en la puerta de su casa. Se termina de hechar colonia y sonrie mirándose en el espejo, sintiendo confianza en si mismo, deseando empezar esta nueva etaba en su vida en la que no se quedara en su cama lamentándose y llorando el haber sido abandonado por Rocío.

Sello

9:30 pm

Milagros llama desesperadamente a Adriana, su mejor amiga, para contarle lo que pasó en la tarde que vio a José, su novio. Entre los gritos y palabras desesperadas, Adriana logra entender que José le saco la vuelta con una amiga de la universidad, que precisamente es amiga de Milagros tambien.

Adriana le dice que lo mejor que puede hacer es dormirse para que al día siguiente piense mejor las cosas, recomendación que Milagros rechaza por completo y por el contrario, la insita a salir esa misma noche.

Adriana en primer lugar se niega, pero luego recuerda que una amiga suya le habia dicho para ir al cumpleaños de un amigo, un tal Carlos, por lo que accedió a salir con Milagros, con la única condicion de que fuera a ese sitio.

Milagros acepto pues, finalmente y como ella lo dijo, solo quería salir a cualquier sitio y “tirarse a cualquier huevon”, para que José se de cuenta de lo que hizo.

Cara

1:20 am

En una esquina de la discoteca, la mas oscura del lugar, Felipe conversa con Milagros a quien conoció recién esa noche. Ella le dice para ir a bailar, pero el insiste en quedarse conversando ahi. Ella gana. Bailan muchas canciones, cantan muchos estribillos, él le invita algunos tragos mas y siguen disfrutando en el lugar, olvidandose de los amigos con los que fueron, olvidándose de la bulla. Felipe la mira con ternura, como si ella pudiera ser la mujer que lo haga sentirse completo nuevamente.

Pide un par mas de tragos y siguen conversando, nada les importa. Felipe la escucha hablar atentamente y, aunque no entiende la mitad de lo que dice, sigue pensando para el: que linda es, ella podría ser

Sello

1:20 am

Mientras su nuevo galan, Felipe, le trae un trago mas a los ya varios que le ha logrado sacar, Milagros saca su celular y se aguanta las ganas de llamar a José y decirle que acaba de salir y le pagará con la misma moneda.

Llega Felipe y despues de un rato de conversar, ella le dice para bailar, pero él se niega. Aprovechandose de la borrachera del muchacho, lo comienza a seducir, tocandolo en partes que ninguna chica decente te tocaría si es la primera vez que le hablas. Con esas mañas lo logra llevar a la pista de baile con la simple misión de “calentarlo” un poco.

Regresan a conversar en ese oscuro rincón, ella lo besa un par de veces y le dice para irse a un lugar mas comodo. Felipe totalmente emocionado le dice que primero se tomen unos tragos mas y de ahi van a donde quieran.

Mientras él va por mas alcohol, ella le envía un mensaje de texto a Adriana diciéndole que se irá con él chico este, y que ya se ven otro día. Manda el mensaje y toma la copa anterior que ella aun no habia tomado, se fija si es que Felipe la esta mirando y la bota al piso, al costado del mueble, donde fueron a parar todos los tragos que él le compró.

Cara

2:40 am

Felipe baja de un taxi mientras besa apasionadamente a Milagros. El taxista baja del carro molesto porque no le pagaron y solo dejan de besarse un instante para darle el dinero correspondiente y seguir entrelazados.

Asi, practicamente amarrados, pagan la habitación en la recepción del hotel y suben al cuarto que les asignaron. Una vez adentro, Milagros le dice que se espere un momento, que tiene que ir al baño, por lo que deja a Felipe solo en la cama.

Recostado, desnudo, con un poco de frio aunque extremadamente “caliente”, Felipe piensa: “Y pensar que hoy día no queria salir, me hubiera perdido de conocer a Mili, tan linda ella, yo creo que ella podria ser...

Su pensamiento es interrumpido por una Milagros que sale del baño vistiendo el mismo traje que Felipe tiene en ese momento: La absoluta nada.

Mientras se entregan mutuamente, Felipe sigue repitiendo cosas como “Pucha Milagros, imaginate que contigo podría”, frases que eran contantemente interrumpidas por ella, quien tapandole la boca con un dedo y diciendo “shh”, le pedía que no diga nada, que la ame en silencio, que asi era como le gustaba. Felipe sentía el dedo de Milagros en los labios y se exitaba mas, al punto de hacerle caso y repetir mil veces en su cabeza: “Mili, me caiste como anillo al dedo, creo que tu eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, me gustaría estar contigo”

Sello

2:49 am

Milagros entra al baño del cuarto de hotel que acaban de pedir con Felipe. Se mira al espejo y en sus ojos reconoce la ira y la venganza. Mientras se va desvistiendo, busca el número de José y comienza a escribirle un mensaje de texto. “Te odio. Ojo por ojo, diente por diente”

Presiona enviar y sigue mirándose un momento mas en el espejo. Escucha el absoluto silencio que hay detrás de la puerta y piensa un momento en Felipe: “pobre huevon” se dice para si misma, apaga la luz y abre la puerta del baño.

Ahi ve a Felipe, desnudo en la cama, esperando por ella, con una sonrisa que refleja toda la sinceridad que puede tener el alcoholizado muchacho.

Camina hacia el y se entrega completamente al acto, no de amor, sino de venganza. Mientra el la abraza y le dice cosas que no pensó escuchar, ella le tapa los labios con un dedo y le dice “shh”, le pide que la ame en silencio, mientras ella, cuando Felipe no la ve, sonrie tambien, pero pensando en José y como se va a sentir cuando se entere de esto.

Sello

4:40 am

Milagros toma su ropa y se viste. Nuevamente entra al baño, se mira en el espejo y tiene un sentimiendo agridulce, en una parte feliz por su venganza, mientras que por otro lado un poco de asco por lo que acaba de hacer.

Escucha que Felipe, quien esta durmiendo en el cuarto, en su borrachera llama a una tal Rocio.

Sale de la habitación, deja el hotel y toma un taxi para irse a su casa.

Sentada en el asiento de atrás, recibe un llamada: Es José. Le pide explicaciones por el mensaje que le acaba de mandar y ella, sonriendo, le dice: “ojo por ojo, diente por diente”. Despues de decir eso cuelga y se va con una sonrisa de satisfacción, mirando las luces de la ciudad por la ventana del taxi, pensando, solo pensando.

Cara

7:12 am

Felipe se despierta completamente solo en la habitación del hotel. Siente mucho frio, el frio que anoche en compañía de Milagros no sintió. Ls busca por toda la habitación y no la encuentra. Toma el celular y decide llamarla, pues piensa que derepente tuvo una emergencia y se tuvo que ir mientras él dormía.

Llama varias veces y el pequeño auricular le da la misma respuesta en cada una de ellas: “El celular al que ha llamado, no existe, No Existe, ¡¡NO EXISTE!!”

Sentado en la cama, se siente desnudo por primera vez en la noche, aunque toda la noche estuvo asi. Trata de recordar el rostro de Milagros y no recuerda mucho, el recuerdo de sus manos y todo lo que tiene que ver con ella se fue con el efecto del alcohol.

Suena el celular y el emocionado mira quien lo llama. Es Carlos, su mejor amigo, y al que dejo anoche en la discoteca cuando se fue con Milagros. Contesta.

“Alo campeón”, es lo primero que le dice Carlos. Felipe sonrie con un poco de miedo y le respode: “Si, campeón” y le cuelga automaticamente. Sentado y desnudo mira las sabanas desordenadas, las envolturas de los preservativos en el suelo, recuerda la pequeña ilusion que por su cabeza pasó anoche al pensar que Milagros “podría ser...”; y mientras todo esto pasa por su cabeza, una pequeña lágrima va naciendo en uno de sus ojos.

Toma el celular en el que todavía dice “Carlos” en la pantalla y con la mayor ironía del mundo le habla al aparato diciendo: “Si, campeon... campeón de nada” y lo deja caer al suelo.









lunes, 18 de agosto de 2008

55 minutos

Sólo faltaban diez minutos para las seis de la tarde. Me arreglé el corbatín michi que perteneció al abuelo Hebélio y miré nuevamente mi reloj, que casualmente también le había pertenecido. Me estiré los tirantes por última vez y asumí una posición mas relajada.

No podía creer que ella había quedado en encontrarse conmigo precisamente en el lugar donde solían estar todos sus conocidos. Mientras esperaba, en mi cabeza trataba de recordar alguna anécdota para compartir con ella cuando llegará.

Viviana del Portal Rivadeneyra era su nombre. Siempre la había visto de lejos y nunca me había atrevido a acercarme. No tengo muy claro en realidad todo lo que sucedió para que lleguemos a citarnos, sólo sé que sucedió.

Llevaba sentado en ese lugar cerca de cuarenta minutos. Preferí llegar antes para ver el ambiente. Vi entrar muchos amigos de Vivi. Digo Vivi, por que en esos momentos había dejado de ser Viviana del Portal Rivadeneyra y se había convertido en Vivi, mi Vivi, la que se citó conmigo en aquel sitio frente a todos sus amigos.

Mire mi reloj nuevamente. Faltaban dos minutos para las 6 de la tarde. El mesero llegó por octava vez a mi mesa a preguntarme si me podía traer algo, y yo, como siempre, le respondí que aun no, que esperaba a alguien. Él, con cuidado, retiraba la carta que segundos antes había puesto sobre la mesa y con una sonrisa, que en cada una de las veces que se retiraba tenia mas sarcasmo, giraba sobre los tacos de sus zapatos de charol y se iba silbando.

En la espalda del mozo, que vestía camisa blanca, me imaginaba un ecran donde se proyectaba la bella historia que estaba por ocurrir. Según yo, ella llegaría, me saludaría, se sentaría a mi lado y conversaríamos durante horas. Todos sus amigos y amigas sorprendidos nos mirarían y se preguntarían quien es ese tipo con el que Vivi conversa.

Otra vez mire el reloj. Ya habían pasado cuatro minutos de las seis de la tarde y esperaba con ansias, que de un momento a otro, ella atraviese la puerta del lugar que siempre recibía a sus amigos.

Mis manos comenzaban a sudar. No sabia si saludarla con un besito en la mejilla o con un apretón de manos. Después de pensarlo por un momento, me decidí por el besito pues pensé que sería más romántico. Luego le jalaría la silla para que se sentara bien cómoda, llamaría al mozo y esta vez yo sería el de la sonrisa sarcástica.

Me acomodé nuevamente los tirantes y sentí que la puerta se abrió. Levante la cabeza pero no era ella. Con disimulo, pues pensé que el mozo observaba cada movimiento mío para acercarse y acumular mas sarcasmo en su sonrisa. Mire mi reloj de nuevo y ya eran las seis y nueve minutos.

Comencé a buscar explicaciones en mi mente del por que no llegaba. Recurrí a una que solía ver en las películas. Siempre te hacen creer que las chicas lindas llegan tarde, aunque en ese momento sabía que era algo estúpido, preferí concentrarme en esa idea para tranquilizarme.

Un poco mas relajado, saque del bolsillo interior del saco la cajita que contenía su regalo. Era un prendedor de plata en forma de estrella, que había pertenecido a la abuela. Lo estaba observando mientras imaginaba como lo iba prendiendo en su polo, cuando dos manos golpearon la mesa.

— ¿Qué haces acá? — me preguntó Maria Alejandra con una voz sumamente irritable
La mire y baje la mirada muy rápidamente. Me quede callado. No entendí por que lo hice. Guarde en un instante la cajita con el prendedor y cuando levante la mirada para responderle, automáticamente me dijo:
— Pobrecito.. — mientras se daba la vuelta para irse con el resto de sus amigos

Maria Alejandra era una amiga de Vivi. No era muy buena persona, era realmente odiosa. Ya no me preocupe más por ella y seguí en mi dulce espera.

Ojos al reloj nuevamente, ya eran seis y doce minutos. Mi pierna derecha comenzó a temblar, por lo general eso solo ocurría cuando estaba nervioso y valla que lo estaba. En ese momento no lo pensé, pero no me había percatado que la pierna no me tembló hasta ese momento y, en todo caso, me hubiera temblado desde el principio, pues siempre estuve nervioso.

Mire al mesero. Estaba distraído mirando unas chicas entonces rápidamente dirigí la mirada a mi reloj. Seis y doce aun, lo que para mi habían sido unos diez minutos, para mi reloj fueron unos insignificantes segundos. Me acomodé en la silla para que no se note la tembladera de mi pierna y seguí atento a la puerta.

Sobre la mesa estaba tendida la palma de mi mano izquierda y mi codo derecho, sobre el cual se apoyaba mi cabeza. Empecé a escuchar pequeños golpecitos. Uno, dos, tres y cuatro, paraban un ratito y nuevamente uno, dos, tres y cuatro. Miraba la puerta, pero en realidad me concentraba en los ruiditos esos.

Desvié la mirada a la izquierda y vi mis dedos golpeando la mesa. Meñique, anular, medio e índice, la pausita y nuevamente meñique, anular, medio e índice. Me detuve automáticamente.
El mesero llego por novena vez a la mesa.

— ¿No pedirá nada aun no señor? — miraba con cara de que en pocos segundo podría empezar a reír a carcajadas
— No, ya te dije, estoy...
— Si señor, esta esperando a alguien — dijo completando lo que iba a decir, sonrió con más sarcasmo y se retiró.

Enderecé mi espalda en la silla. Sentí algo bajar por mi patilla izquierda, al pasar mi mano, me di cuenta que había empezado a sudar. Del bolsillo trasero del pantalón saqué un pañuelo y me seque apuradamente, pues Vivi podría llegar en cualquier momento y no quería que me viera así. Seco el sudor, mi mano bajaba y metía el pañuelo en mi bolsillo a la vez que mi cabeza nuevamente se levantaba en dirección a la puerta.

Mis ojos no se cansaban de mirar. Parecía que los pestañeos esta tarde no me alcanzaron, sólo era una mirada continua y desesperante, ausente de párpados metiches que entrecortaran la visión que tanto esperaba. Busqué al mesero con la vista y, al no verlo, mire nuevamente mi reloj. Seis y veinte.
Me tome el pulso yo solo. Sentí que me comenzaba a agitar. Dedo pulgar en la muñeca opuesta, no había pulso, no lo encontraba, pero me agitaba mas, sudaba nuevamente y otra vez el pañuelito.

Comencé a sentir sueño. La respiración me fastidiaba, el hecho de tener que hacerlo profundamente me causaba un gran malestar. Mis ojos seguían mirando la puerta insaciablemente.

Decidí recostar la cabeza sobre el brazo, de tal manera que podía descansar y a la vez mirar la puerta. Ojitos al reloj, seis y veinticuatro. Mi cabeza bajaba lentamente, moviéndose centímetro por centímetro, milímetro por milímetro, cada vez más despacio hasta que dejaba de ver y de oír, y me hundía en un profundo silencio.

Me había quedado dormido cuando de un golpe me desperté. El mozo que tantas veces se burlo de mi, se tropezó y caía lentamente al piso. Su bandeja salió disparada y el vaso de ron que llevaba, me cayó encima. Cuando intente decirle algo, me di cuenta que la lengua se me había adormecido y no podía hablar.

Intentaba decir alguna palabra y nada, era imposible, todo era un balbuceo que lo único que hacía era causar risa en los que estaban ahí. Mire mi reloj y eran las seis y cuarenta y tres. Giré hacia la puerta y estaba ahí.
Vivi, mi vivi. Se acercó a la mesa y se sentó. Yo me trate de arreglar y también me senté. Me dijo:

— Hola —mientras yo la miraba a los ojos y los míos brillaban su máximo esplendor
— Oa — respondí

Al decir eso, la magia que había en mi mirada desapareció cual truco de mago. Recordé que tenía la lengua dormida y no podía decir absolutamente nada. Mire el relojito y eran las seis y cuarenta y tres aun. Parecía que el tiempo había decidido no andar más. De pronto ella se puso de pie y me dijo:

— ¿Has estado tomando? — mientras percibía el olor a trago
— O — fue lo único que pude decir.

El olor que salía de mi, era penetrante. Ella se dio vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta mientras sus amigos me miraban y se burlaban. Lo único que atiné a hacer fue pararme a perseguirla mientras balbuceaba tratando de explicarle lo que había pasado y alimentaba su cólera.

Abrió la puerta y salió del local, mientras yo seguía sus pasos y a la vez pasaba por un callejón oscuro de risas y burlas. Salí del local.
La alcancé bajando los tres escalones. Le traté de explicar lo que pasaba, pero mis intentos por decir palabras eran nulos. Se notaba que con cada palabra o intento de esta que salía de mi boca la iba perdiendo un poco más.

Me miró con tanta ira como nunca había visto en una mirada y se fue caminando por la vereda.
Me quede parado mirándola irse mientras sentía el viento pasar como un huracán que se llevaba mi esperanza y mi ilusión.

Ya sentía ganas de llorar pero mire la ventana y todos estaba ahí, burlándose y señalándome con el dedo. Mire mi reloj, seis y cuarenta y cinco. Me di vuelta y camine en sentido contrario a ella por la misma vereda.
Nuevamente volví a sacar el pañuelito, sólo que esta vez sequé una lágrima.

martes, 22 de julio de 2008

Lo que dije y la verdad

Julio 2000

Lo que dije:

Por esos días andaba muy metido en las marchas en contra de la reelección de Fujimori. Ya había asistido a unas seis, entre plantones en la avenida la Marina y cantadas de himno nacional frente al local del jurado nacional de elecciones.
Mi papá me preguntó si es que tenía planes por fiestas patrias y yo le comenté: “voy a ir a la marcha de los cuatro suyos”. El me miró, sonrió y me dijo que no iría. Yo lo mire desafiante, le mostré mi mascara anti-gas casera que había construido con una botella plástica, y le dije que no podría hacer nada para evitar que yo vaya, que en las clases de la universidad me había dado cuenta que en realidad no podíamos dejar que el país siga así como estaba, y que si queríamos un cambio, tendríamos que lograrlo nosotros mismos.
El me siguió mirando, sonrió sarcásticamente y dijo: “nos vamos a Tarma, así que alista tu maleta.”

La verdad:
No quería ir a la marcha de los cuatro suyos porque desde semanas antes, ya se rumoreaba que iba a ser lo que fue. Moría de miedo, es más, al escuchar a mi padre mencionar el viaje familiar a Tarma, sentí un gran alivio.
La otra gran verdad era que, eso de las clases de la universidad y todo el rollo que le conté a mi padre era mentira. En realidad ya eran como tres meses que no llegaba siquiera a pisar la universidad. Cada vez que bajaba del micro, lo primero que hacía era ir al billar y ahí me quedaba hasta la hora de regresar a casa.

28 de Julio 2000

Lo que dije:

Los fuegos artificiales eran increíbles. Parados con toda la familia y amigos en la plaza de armas de Tarma, me paré al costado de mi papá y le dije al oído: “Papá, ya no quiero estudiar en la universidad, en realidad nunca me gustó, siento que no sirvo para eso”.
El me miró y me abrazó. Me dijo que hace tiempo que se había dado cuenta que no estaba conforme, y que seguro era por eso que andaba haciendo tanto alboroto con mis marchas y demás. Dijo que no tenía que estudiar ahí si no quería. Pero que cuando regresemos vea que es lo que me gustaría hacer, que contaba con su apoyo.

La verdad:
La verdad era que no quería estudiar ahí; pero la verdad más grande, es que para ese momento en que le decía a mi padre que no quería seguir porque no me sentía a gusto ahí, ya me habían botado de la universidad. Ya había reprobado todos mis cursos y en la lista de notas pegada en la pared del pabellón, al lado de mi nombre decía: ELIMINADO.


Agosto 2000

Lo que dije:

Mi madre nunca estuvo de acuerdo en que estudie en un instituto, por lo que seguía tratando de lavarme el cerebro para que regrese a la universidad. Yo le había dicho: “Mamá, no te preocupes, ya he separado mi matricula y la estoy dejando para cuando decida regresar”
Ella se había tranquilizado un poco con esa noticia, aunque durante un tiempo no dejó de insistir para que regrese a la universidad. Nunca logró su cometido.

La verdad:
Le dije a mi madre que había separado mi matricula, pero la verdad es que el día que fui a la universidad, en realidad solo fui a despedirme de mis amigos del billar, la gente con la que jugábamos golpeado en los jardines y algún desadaptado que encontré por ahí.
Esa tarde terminó entre cervezas, cigarros y mesas de billar. Luego de falsear un documento que decía: MATRICULA SEPARADA, regresé a casa con la firme intención de olvidar el asunto de aquella universidad para siempre.

Marzo 2001

Lo que dije:

Llegué temprano a casa y mi mamá me esperaba en la sala. Me dijo que había ido a la universidad con el certificado de Separación de Matricula y ahí le dijeron que ese tramite no existía y que lo mas probable era que su hijo, en este caso yo, la haya engañado.
Ella me miró completamente decepcionada. Esta ves el “lo que dije”, se convirtió en un “lo que no dije”, pues me quede callado, tratando de inventar alguna absurda excusa en mi cabeza. Mientras ella gritaba yo me hacía cada vez mas chiquito. Sólo atinaba a decir de rato en rato un “perdón”.

La verdad:
La verdad es que me sentí un traidor. Nunca sentí que podía decepcionar tanto a alguien. La verdad es que hasta ahora lo siento mucho y nunca pedí perdón. Ese medio año me la pase encerrado, saliendo solo para estudiar y regresando a casa a seguir estudiando. Prometí no mentirte de nuevo y ser un mejor hijo. Lloré cuando se lo dije. Me abrazaste y me dijiste que me creías, que sabías que iba a mejorar. Yo también creí que lo haría.

Luego, dos años después, rompí mi promesa de ser buen hijo cuando también dejé el instituto.

domingo, 6 de julio de 2008

¿Te quieres casar conmigo?

Luis está en su casa con las luces apagadas. Se sienten aun algunos olores que salen de la cocina y no hay mas ruido que el de sus pasos y el choque de la botella y la copa para el vino que en momentos se sentará a disfrutar en la sala.
Sentado mira el televisor apagado, parpadea lentamente y sonrie mirando nada, mientras va sacando el corcho de la botella.


Una ves destapado, se sirve en la copa y trata de sentir los aromas del vino, primero lo prueba, después lo huele y al final trata de mirarlo haciendo contraluz con la chimenea que aun tiene algunas llamas ardientes.
Mientras toma un album de fotos que esta en el cajón de la mesa de centro de la sala, recuerda aquel curso de vinos al que nunca se metió. Sonrie nuevamente y, tras el segundo sorbo, comienza a ver las fotos.

Ahi pasan sus primeros años, la típica foto de él desnudo, los disfracez que uso en el nido, algunos amigos del barrio con los que perdió contacto por completo y alguna que otra tía que lo quizo como si fuera su propia madre. Lo amarillo de las antiguas fotos parecen quedarse impregnada en la palma de sus manos, aunque él sabe que ese color se debe a sus problemas con el hígado. Divertida juventud que le dicen.

Del cajón de la mesita de centro siguen saliendo mas y mas fotos. Ahi encuentra las del colegio y los amigos de su promoción. Observa atentamente una en la que se encuentran todos. Uno a uno va repasando las caras de sus compañeros y mencionando en voz alta el nombre de todos; mientras hace eso sonríe porque se da cuenta que no tiene problemas de memoria pues se acuerda de todos.

Entres sus silenciosas sonrisas, encuentra una foto especial.

En esa foto salen él y Gabrielá, con la tilde en la “a”, como solía decir una canción de los Turbopotamos, aquel grupo que tanto siguió en su juventud rockera y alocada.

Como un flash, recordó todo en un instante. Recordó el lugar, que era una playa a la que solían ir a conversar la vida entera hasta que el sol se oculte, recordó la fecha, que era aquel 30 de junio del ya lejano dos mil nueve, y por último recordó olores, sentimientos y esa fecha tan importante para él, pues era su cumpleaños.
Con la foto en la mano siguió sonriendo. Recordó como eran los tiempos en esas épocas, cuando con Gabrielá sentía que tenía el mundo a sus pies y podían hacer lo que querían.

Mientras seguía sonriendo en la oscuridad de su sala, en ese 30 de junio pero ya del dos mil cuarenta y ocho, y mientras cumplia sesenta y seis años, sonrió de nuevo aunque comenzó a sentirse solo.

Miró nuevamente la foto y la sonrisa ya no apareció.

Recordó que aquella vez en la que se tomaron esa foto, le dijo sin haber sido nunca enamorados ni nada, sólo amigos, que quería pasar lo que le quedaba de vida con ella, que no resistiría verla andar otra vez con tipos que él sabía que no la merecían. Recordó aquel silencio incomodo que siguió a sus palabras y que sólo acabo con el beso que Gabrielá le dio, mientras le daba el abrazo que mas recordaría en su vida.

Recordó también como un año después, Gabrielá lo dejó en esa misma playa, pues sentía que la relación no avanzaba debido a sus ideas, porque Luis nunca había tenido en la cabeza la palabra matrimonio.

Recordó lo tonto que fue al dejarla ir. Después de eso se fue de viaje a seguir sus estudios pero siempre la tuvo en sus pensamientos.

Sus ojos empezaban a llenarse de lagrimas porque empezaba a sentir como el pequeño pero punzante bichito llamado soledad lo penetraba, cuando la luz de la sala se encendió y Gabrielá apareció y se sentó a su lado.
La sonrisa que tenia al mirar las fotos apareció de nuevo. Luis le mostró la foto y ella lo besó en la mejilla diciendo: “¿Te acuerdas de ese día?, y pensar que ya han pasado cuarenta años. Feliz cumpleaños cholito.”
Luis la miró como sólo se puede mirar a alguien cuando se ama. Le dio un beso y le dijo: “¿Te quieres casar conmigo?”

Gabrielá se quedo mirandolo, y sin decir nada le dio a entender que si, pues era algo por lo que había esperado toda la vida. Lo beso de nuevo y Luis se sintió como en aquella playa cuando le dijo que quería pasar su vida junto a ella, sin importar nada, sin importar todo, pensando que solo a su lado podría ser feliz

viernes, 13 de junio de 2008

Si te volviera a conocer...


A Andrea la conocí saliendo del colegio, en esas academias pre-universitarias de verano tan informales que existen en esta ciudad.

Yo nunca había estudiado con mujeres, lo cual me hacía ser un poco más tímido que los demás chicos del salón. De suerte mi compañero de carpeta era José, un loco de mi promoción del colegio que hacía un poco menos difícil mi “socialización”. El resto de compañeros del salón eran mas extrovertidos que yo, solían conversar entre ellos, hacer bulla, reírse, mientras yo, por lo general me quedaba sentado en mi carpeta, mirándolos, esperando que José venga a llevarme con todos como solía hacer siempre.

Fue en una de esas tantas veces que José me llevó a donde estaban todos, que Andrea me tomo del brazo, cual marido y mujer ante el altar, y no me dejó regresar a mi carpeta. Parado a su costado, con una postura extremadamente rígida, la miraba de rato en rato. La miraba reír, gritar, soltarme unos segundos para perseguir a alguien y nuevamente venir y tomar mi brazo, para que yo pueda sentir el olor de su cabello y ponerme más rígido aun, secándome las manos en la ropa por el excesivo sudor que emanaban.

Esta situación comenzó a pasar mas a menudo a partir de ese día, pues todos salían al recreo y ya no era José el que me venía a buscar para ir al grupo de todos, sino que era Andrea la que me llevaba del brazo hasta afuera, mientras conversábamos y reíamos de cualquier cosa que hayamos visto el día anterior en la tele.

Cierto día, en esas eternas caminatas por la avenida Bolívar, le confesé a José que me gustaba Andrea, o al menos que me había empezado a gustar. Él, para variar, me dijo que ya se había dado cuenta, como el resto del grupo, como la misma Andrea, y fue en ese momento que me soltó la bomba.

En las siguientes cuadras me contó que yo también le gustaba a Andrea, es mas, que ella lo había dicho desde antes de conocerme, cuando me quedaba sentado en mi carpeta, haciendo algún dibujo en mis cuadernos o simplemente mirando el salón vacío. Mientras José me contaba eso, yo sentía una emoción muy grande, se me entrecortaba la respiración pero no era a causa de mi asma, como lo era comúnmente, sentía que el corazón latía rápido pero no estaba agitado.

Ese fin de semana invite a salir a Andrea. El sábado que me encontré con ella estaba muy nervioso. Llego y me dijo que en realidad no quería ir al cine, si no que prefería caminar por ahí, así que eso fue lo que hicimos.
Terminamos llegando a la puerta de su casa y, cuando menos lo esperaba, ella se me mandó. Aunque durante todo el camino las señales que había entre los dos eran más que obvias, no me esperaba lo que pasó en ese portal sin luz.

Caminar agarrados de la mano, unas cuantas rozadas de labios, un par de “te quiero” entre risas, un par de miradas que significaban mas de lo que parecían, un par de silencios que no incomodaron, pero que hacían sentir sienta “tensión”, y finalmente tú, diciéndome en la puerta de tu casa que querías estar conmigo, para terminar todo con un beso.

Durante las semanas siguientes fuimos el punto de las bromas del salón. Nosotros nunca hicimos caso de nada y seguimos siendo tan felices como desde el primer día que estuvimos. En la clase nunca atendimos, es mas, nos separaron para que no perdamos el tiempo, no creo que haga falta decir que ninguno entro a la universidad por ese motivo.

Sin embargo, cuando ya iba a acabar el ciclo, las dudas comenzaron a apoderarse de mí y comencé a pensar si es qué de verdad la quería o si es qué esa relación podía durar. En realidad me asusté.

Una semana antes de terminar ese ciclo, tirados en su cama, en uno de esos días en que le apagábamos el audífono para la sordera a su abuela para que no escuche nuestros ruidos, decidí terminar con ella. Lloró sin entender lo que pasaba y yo, simplemente trataba de consolarla sin realmente saber por qué si la quería tanto la hacia sentir mal; sin embargo lo seguí haciendo.

Terminó el ciclo y no nos volvimos ver en mucho tiempo, aunque siempre pensé en ti y en lo idiota que fui al terminar contigo. Casi un año después, cuando caminaba de salida de la universidad el día que me habían votado de la misma, nos cruzamos.

Le conté que me habían votado de la universidad y sin querer terminamos caminando hasta su casa. Llegamos a ese portal sin luz, donde más de un año antes ella me había pedido ser su enamorado y no pude contenerme las ganas de besarla. Para suerte mía, ella respondió el beso y me abrazó. Esa tarde subimos a su cuarto y apagamos nuevamente el audífono para la sordera que su abuela usaba, y entre sus sabanas, le confesé que no me había podido olvidar de ella en todo ese tiempo.

Decidimos retomar nuestra relación y ver hasta donde nos podía llevar. Abriste tu billetera y me enseñaste la foto carnet que te regalé cuando recién estuvimos, me contaste que tus amigas me conocían por esa foto y que seguro esta vez nos iba a ir mejor que antes, estabas segura de eso.

Dos semanas después, tú terminaste conmigo. Dijiste que recién habías ingresado a la universidad, que no querías quedarte amarrada a un recuerdo del pasado y que necesitabas vivir. Mientras lloraba, sonreí recordando como terminó lo nuestro un año antes, cuando yo te consolaba después de haberte hecho llorar, sin entender nada, como en ese momento.

Durante los cuatro años que han pasado desde eso, nos hemos encontrado algunas veces, nos hemos besado la misma cantidad, apagamos el audífono de la abuela la mitad de las mismas, nos dedicamos algunos “te quiero” entre las risas que siempre hay cuando estamos juntos.

Hace una semana nos encontramos, tomamos un café, reímos y caminamos a tu casa. Llegamos a ese portal sin luz, que tiene tanta oscuridad como historia entre nosotros y nos besamos. Nuevamente subimos a tu cuarto, pero esta vez no apagamos el audífono de la abuela, solo conversamos, sobre las sabanas esta vez, teniendo presente el miedo que dos veces ya me abrazó; pero también con el miedo de que me vuelva a ocurrir.


el cajon - Bye Sami

domingo, 1 de junio de 2008

En la puerta te espero

Casi no había dormido en toda la noche. Se acercaba el primer día del año escolar, el primer día en que Isaías, mi hijo, tendría que alistarse para empezar nuevamente un año lleno de complicaciones escolares, pero esta vez sin su madre.

Miluska nos había abandonado. Ya eran casi dos meses desde que se fue, desde que desapareció una mañana dejando una nota en la que pedía perdón por la decisión que había tomado, pero que en realidad era la única manera de poder continuar su vida, de buscar una forma de sentirse realizada como persona, cosa que según la nota, no consiguió siendo madre, esposa, ni parte de una familia.

Llore muchas veces su decisión, siempre escondido, siempre durante la siesta de Isaías, siempre cuando no me veía. No tenía el valor de explicarle que su madre no regresaría y que prácticamente para nosotros haya muerto sin morir, aunque a veces deseé que haya muerto en realidad para poder explicárselo de alguna manera.

Me acerqué a la puerta de su cuarto y aun dormía. Recién eran las seis de la mañana y por lo menos faltaba una hora para despertarlo. El colegio quedaba cerca y no me preocupaba el tiempo que me tomaría llevarlo, así que decidí alistarme yo primero y luego empezar a preparar su uniforme, lonchera y todo lo que necesite para que no le falte nada en el día.

Una vez que tuve todo listo recién lo fui a despertar. Empecé a despertarlo pero en realidad se me hacia muy difícil, no comprendía como Miluska podía levantarlo siempre y todos los días, interrumpir su placentero sueño, su cara de tranquilidad, su sonrisa dormida para mandarlo al colegio.

Cuando logré que abriera los ojos me sonrió, me dijo que por favor lo deje dormir cinco minutos mas y que luego de eso se levantaría sin quejas. Me lo prometió a la vez que se abrazaba a mi y ya no pude negarme, no me importaba llevarlo tarde a su primer día de clases, total, de que servia el primero de primaria, no valía de nada si tenia que quitarle un poco de tranquilidad a mi hijo.

Me quede a su lado mientras esperaba esos cinco minutos que en realidad no me importaba que sean diez, veinte o al final todo el día si es que Isaías estaba tranquilo, pero contrario a lo que pensé, apenas pasaron cuatro minutos se levanto de un salto y me dijo que me apurara, que tenia que ir al colegio y mientras hablaba lo vi salir por la puerta de su cuarto corriendo con rumbo al baño.

A veces al mirarlo, pensaba que prácticamente había olvidado a su madre. Es que en realidad era tan pequeño que no me atrevía a preguntarle que pensaba, que sentía, que quería hacer, a veces simplemente lo miraba. Lo miraba jugar en el parque y sonreírme, mostrarme alguna herida con sus ojos llenos de lágrimas o lo veía fallar mil goles porque estaba mas atento a que yo lo mire meter los goles que por mirarme fallaba.

Salí del cuarto para ver que hacia y lo encontré en mi cama, mirando su camisa del colegio y fijando la mirada en su nombre bordado que estaba en la parte inferior de la camisa. Me miró y me dijo que no quería usar esa camisa porque le hacia recordar a su mamá, y comenzó a caminar hacia el baño pero no perdía de vista la camisa que miraba de reojo y con un sentimiento que no pude descifrar.

Mientras estaba en el baño, cambie la camisa por otra que no tenía su nombre bordado y espere que salga para que se cambie. Al salir miro con cuidado la camisa, la examino dando vueltas a su alrededor hasta que comprobó que era otra. Luego empezó a cambiarse y me dijo que me apure que si no llegaría tarde.

Lo dejé ahí mientras fui a la cocina a hacer la finta que preparaba la lonchera que en realidad había preparado una hora antes. Cuando Isaías entró, vi que miraba la lonchera de la misma manera que minutos antes había mirado la camisa. Rápidamente dirigí la mirada a la lonchera y comprobé que también tenía su nombre escrito con esmalte rojo por su madre.

Me quede frió, era la segunda ves que tenia esa mirada en la mañana. Me miró y pregunto si estaba mal que no quisiera acordarse de su mami, porque en realidad él sabia que nos había abandonado y que nunca iba a regresar. Lo miré y no pude aguantarme las ganas de abrazarlo.

Yo sabia que se daba cuenta que su mama no estaba, y que no me creía cuando le decía que se había ido de viaje y que ya regresaría cada vez que me preguntaba por ella, pero escuchárselo decir fue más doloroso aun.
Nos sentamos en el comedor a conversar un rato. Hablamos sobre su mamá, sobre el hecho que la decisión que tomo no quería decir que no lo quería, y que si lo hizo sus razones tendrá, que no tenia porque tenerle rencor y que cualquier cosa que necesitaba me lo podía decir a mí, que para eso estaba y estaría para siempre.

Me miro nuevamente a los ojos, sonrió y me dijo: “Te quiero papá”. Su vocecita entro por mis oídos y fue directo al corazón.

Nos quedamos en silencio un rato hasta que mire el reloj y ya era tarde. Había pensado caminar al colegio pero preferí ir en el carro para que no llegue mas tarde. Salimos y llegamos en cinco minutos, bajamos del carro y lo llevé de la mano hasta la reja del colegio.

Cuando llegamos me pregunto si estaría ahí a la hora de salida y le dije que si, que ahí mismo lo iba a esperar, entonces siguió caminando y lo vi desaparecer junto con un mar de niños por una puerta mas chica.

Todos los niños entraron, los papas se fueron, las rejas y puertas del colegio se cerraron y me quedé ahí parado, mirando la puerta cerrada del colegio. Mi celular comenzó a sonar pero decidí no responder. La reunión que tenia esa mañana no me importaba nada, así pierda esos clientes, le había prometido a Isaías esperarlo y lo iba hacer, así tuviera que estar todo el día parado en esa reja, esperando verlo aparecer de nuevo entre ese mar de niños alborotados.

martes, 20 de mayo de 2008

Sin título


El timbre sonaba incesantemente. Afuera de mi casa, Julio y Manuel caminaban y saltaban entusiasmados, excitadísimos, al borde del delirio, cual niños hiperactivos después de haber comido kilos y kilos de chocolates. Miré por la ventana de mi cuarto y les hice una seña para indicarles que salía en unos minutos.

Ya listo, pase por el cuarto de mi madre para despedirme y pedirle algo de dinero. Ella me dijo que esta vez no podría darme la misma cantidad que siempre, por lo que me molesté y empezamos a discutir. A pesar de estar peleando, note que estaba cabizbaja y triste mientras intentaba gritar para que la entienda.

Al verla así y darme cuenta de la estúpida reacción que tuve, me sentí un poco tonto y me senté a su lado. Ella, entre lágrimas y disculpas, me contó que a mi padre lo habían despedido esa semana, que por tener casi sesenta años era difícil que lo contraten en cualquier otro sitio y que no era que no me quisiera dar dinero, sino que tenían que cuidar lo que había en estos momentos porque posiblemente después nos haría falta.

Nos abrazamos un rato y decidí no hacer problemas. Cuando le pregunté por mi papá no supo que responder, simplemente dijo que hace días que salía y estaba consiguiendo dinero aunque ella ignoraba el cómo. En ese momento no le preste mucha importancia a lo que dijo y al ver el reloj sólo atiné en apurarme para salir. Me despedí una vez más y bajé las escaleras mientras mis dos orates amigos prácticamente violaban el timbre.

Al salir, Julio y Manuel estaban hechos unos locos. Su alegría desbordante se adormeció unos instantes al ver mi cara no tan entusiasta como la de ellos en ese momento. Me preguntaron si estaba bien, pero como los conocía poco tiempo pues recién estudiábamos juntos un par de meses, decidí no contarles nada y responder con un simple “estoy bien” y olvidar el asunto de golpe.

Llevando la procesión por dentro, caminamos como quince cuadras riendo y recordando todas las palomilladas que hacíamos durante la semana en la pre y, sobretodo, a la salida de ella.

Reímos de las veces que el señor que vendía sanguches afuera de la academia renegaba porque tirábamos piedras en la parrilla de su carrito sanguchero, de las veces que los profesores cancelaban clases porque reventábamos bombitas apestosas en el tacho de la basura o de las veces que tomábamos taxis para darles direcciones falsas y hacer taxi-fuga.

Miramos el reloj de nuevo y ya era hora de tomar un taxi para ir a la fiesta que tanto habíamos esperado durante toda la semana. Ellos seguían exageradamente entusiasmados, mientras yo, de rato en rato, pensaba en lo que me había contado mi madre. Me quedé parado en una esquina mirando un poste de luz, cuando Manuel de un grito me hizo entrar en razón y comencé a correr hacia el taxi que acababan de tomar.

Ya trepados en el asiento trasero del taxi, ellos comenzaron a hacer escándalo y fastidiar al taxista como era costumbre cada vez que subíamos a uno. Yo, sumamente distraído, apenas subí al auto pegué mi cara contra la ventana y me quede mirando como pasaban y pasaban los postes de la calle, con sus intensas luces casi anaranjadas, interrumpiendo por momentos el bullicio al interior del taxi.

Manuel y Julio la hacían todo tipo de preguntas indecentes al taxista. Estaba seguro que el señor estaba molestísimo porque ya nos habían bajado varias veces de taxis por hacer lo mismo. Apoyado en la ventana y aun viendo los postes ir corriendo hacia atrás nuestro, sentí un olor familiar, conocido, ya lo había sentido antes, no sabía donde pero estaba seguro que lo había sentido.

Cerré los ojos para tratar de recordar donde posiblemente había sentido ese olor cuando, de un codazo, Julio me hizo salir del ostracismo en el que había estado hasta ese momento y empezó a preguntar por qué estaba así, si es que me sentía mal o qué es lo que tenia porque actuaba muy diferente a lo que siempre estaban acostumbrados a ver.

Decidí olvidar por un momento los problemas, aunque en realidad estaba muy perturbado con lo que ocurría en mi casa. Mire por primera ves dentro del taxi y vi a Manuel y Julio tirándole papelitos al taxista, fastidiándolo, y el señor, sin hacer nada, sin voltearse, sin reaccionar. El gorro que llevaba no dejaba que se le vea el rostro. Me tiré un poco hacia adelante y lo único que pude ver fue su ojo derecho por el espejo retrovisor. Un ojo triste, avergonzado, apenado de ver lo que veía, de saber que por tener que trabajar de taxista, de repente tenia que aguantar el abuso por parte de estos muchachos malcriados.

Vi que me miró a los ojos y me sentí muy mal. Me senté hacia atrás en el asiento y trate de detenerlos pero no lo hicieron, es mas, me terminaron convenciendo de hacer los mismo que ellos y lo hice. Todo esto sin dejar de sentir la mirada de ese ojo derecho en ese espejo retrovisor. Comencé a tirar papeles igual que ellos, empecé a hacer preguntas sumamente incomodas, pateamos el respaldar del asiento muchas veces y no había reacción.

La conciencia me peso, me sentía mal, sentía que todo esto ocurría en cámara lenta; sin embargo lo seguía haciendo. Llegamos al lugar que habíamos pactado con el taxista y al grito de “taxi fuga”, bajamos corriendo sin pensarlo un segundo.

Después de cinco o seis pasos, en un pestañeo recordé donde había sentido el olor que había dentro del taxi. Me quede paralizado y giré la cabeza hacia la esquina donde el taxi aun estaba detenido.

Incrédulo observé ese carro en el que tantas veces paseé con toda mi familia. Caminé hacia el. Me asomé por la ventana y sentado frente al timón vi a mi padre.

sábado, 10 de mayo de 2008

Nunca te mueras II

Llegar y encontrarla por segundo día recostada en el mueble me parecía completamente raro; sin embargo ahí la encontré esa tarde, sentada en el mueble, con los pies encima de una silla, con una manta cubriéndole la barriga que decía que le dolía.


En un cuarto de siglo de verla, son pocas las veces que la he visto rendida en un mueble, cama o silla, recostada sin hacer nada. Me quedé a su lado viendo la tele, era el programa de Lorena en el siete, del que religiosamente esperaba la secuencia de cocina para grabarla.


Mis tías conversaban y de rato en rato yo participaba en la conversación. No entendía muy bien donde estaba lo difícil de tomar la decisión de llevarla a la clínica en ese momento. Cuando quería decirles eso, escuchaba a mi abuela quejarse de nuevo y me acercaba a ella, trataba de levantarse alegando que no le dolía nada, que no quería ir al doctor, pero ni juntando todas sus fuerzas lograba sentarse bien.


A pesar de sus molestias, reniegos y mas de una decena de lisuras, lograron cambiarla y de pronto estábamos sentados en el asiento trasero del auto, ella quejándose, yo tomándole la mano, mi tía tratando de llegar lo mas rápido posible y nuevamente las quejas de un dolor que según mi abuela no existía, y por el que no nos debíamos preocupar.


Todo el camino mi abuela renegó, no quería ir al doctor, decía que no le dolía, aunque su cara y sus gestos demostraban todo lo contrario. Con mucho cuidado la llevamos a la sala de emergencia de la clínica.


Yo me quede con ella, en esa especie de cuarto con paredes de tela, sosteniéndole la mano, escuchándola quejarse y respondiéndole que no le iba a pasar nada cada ves que me preguntaba que le iba a pasar. Al costado mis tías hablaban con el doctor, que les decía que lo más probable era que tenga una apendicitis, y de ser así, necesitaba una operación urgente.


Luego de decirles eso, comenzaron las explicaciones de los riesgos sobre su edad avanzada, las complicaciones que podría tener por esa razón, que había la probabilidad de que no resista la operación y quede ahí nomás.


Por una rendija de las paredes de tela observaba las caras de mis tías y estaban petrificadas, mi abuela me preguntaba si le iban a hacer algo y yo, aguantándome las ganas de llorar, le decía que no se preocupara, que en un rato ya nos iríamos a la casa. Mi abuela nuevamente se quejaba y seguía ahí tendida en la camilla, en ese cuarto de paredes de tela celesta, con el cuadro de la enfermera pidiendo silencio en la pared.


En ese momento llegó mi mamá y mi tío, su hermano. Ella conversó con mis tías y automáticamente entro llorando al cuarto con paredes de tela celeste en el que me encontraba con mi abuela. La boté de ahí. Mi abuela me preguntaba por qué lloraba mi mamá y le dije que no estaba llorando, que justo la llamaron por el celular y que salió rápido nomás.


Nuevamente me aguanté las ganas de llorar; mientras escuchaba que afuera mis tías se negaban a operar a mi abuela y desesperadamente buscaban una segunda opinión. Mire de nuevo por la rendija de las paredes celestes de tela del cuarto donde mi abuela me daba la mano, y vi a mi tío sentado, pensativo, escuchando lo que decía el doctor, escuchando que esa operación era muy riesgosa en una persona de la edad de mi abuela.
En ese momento mi abuela me jalo la mano y me dijo:”Oye, no dejes que me hagan nada, me dan miedo las operaciones”. La besé en la frente y le dije que no se preocupara, que ya dentro de un rato nos iríamos a la casa. Luego giré mi cabeza hacia el cuadro con la enfermera que pedía silencio y me sequé las lágrimas aguantándome de nuevo las ganas de llorar.


Llegó el segundo doctor, uno que ya había operado a mi tía, entro al cuarto, reviso a mi abuela y en unos segundos diagnosticó lo que ya había dicho el doctor anterior, y recomendó la misma operación, con la misma urgencia y con la misma advertencia del riesgo que corría la abuela por su avanzada edad.


Mi madre lloraba, mis tías no se decidían, mi tío no atinaba a hacer nada. Mi abuela me pedía entre quejas que la llevé a casa y, con engaños, la metimos al carro para llevarla a la clínica donde sería la operación.


Al llegar mi abuela me dijo:” ¿Me van a operar, no?”, y yo le respondí que si, que era por su bien. Ella me comento de nuevo que tenía miedo y mientras la sentaba en la silla de ruedas que la llevaría a la sala de operaciones, sentí como me agarró fuerte la mano. Me aguanté de nuevo las ganas de llorar.


Las dos horas siguientes fueron interminables. Caminé mil veces la sala de espera. En un sillón mi madre lloraba, mis tías no reaccionaban y mi tío seguía inmóvil. Me senté al lado de mi mamá y la abracé, ella lloró mas fuerte aun, yo me contuve las ganas de llorar y la seguí abrazando, como si con ese abrazo pudiera aliviarle en algún grado el dolor.


El doctor salió y dijo que no había nada de que preocuparnos, que la operación había salido bien y que en ese momento mi abuela dormía, que lo mejor era que regresemos al día siguiente.


En el carro camino a casa nadie habló.


Esa noche llegué a mi casa, entré a mi cuarto, apagué la luz y no me pude aguantar mas las ganas. Me tiré en mi cama a llorar. Me acordé de todas las veces que, en juegos, he hablado de la muerte y decía estar preparado para ella, y me di cuenta que posiblemente si estaba preparado para mí muerte; pero, quizás, no estaba preparado para la de mi abuela.
Feliz día de las mamaces a los que lean esto, saluden a sus mamaces, yo lo hare con todas las mamás que he tenido desde que nací, la mía, mis dos abuelas, mi bisabuela, mi madrina, tías, amigas que me cuidan como su hijo, vecinas que me cargaron de niño, etc.

jueves, 1 de mayo de 2008

Friday, i'm in love.

Nos reencontramos un viernes después de varios meses. Nos sentamos en una esquina con mucho ruido ambiental, sin mucho tino para hablar, con pocas cosas que decir; más que nada, frases sueltas y preguntas tontas que reflejaban lo difícil del momento.

Me mirabas a escondidas, como yo a ti. Ninguno intentaba empezar la conversación, creo que los dos nos asustaba lo que podíamos decir. El silencio incómodo nos había atrapado, nos abrazaba, estaba completamente alrededor nuestro a pesar del ruido de la calle. El no decirnos nada era más fuerte.

Cuando decidí romper el silencio, un auto que pasaba frente a nosotros se me adelantó. Por sus ventanas se escuchaba a todo volumen una canción de The Cure, “Friday i’m in love” precisamente. Fue entonces cuando me miraste y dijiste:” ¿Te acuerdas?”

En ese momento mi mente se fue a unos meses antes, a esas noches de sargento y de abundante cerveza, de bailar como un robot ebrio entre tanta gente a la que no le importa quien eres; y ahí te encontré.

Recuerdo que bailamos, bebimos, bailamos de nuevo y bebimos más aun. Tus amigas se quedaron por ahí, en algún rincón oscuro y bullicioso, esperando que regreses de hablar conmigo, cosa que no hiciste nunca esa noche. Mis amigos me putearon varias horas esperando que regrese de comprar las cervezas que tenia que llevarles cuando me encontré contigo y nunca mas los fui a buscar.

Entramos al sargento un jueves y salimos de ahí un viernes, horas después de entrar, minutos después de escondernos de nuestros amigos que nos buscaban adentro, segundos antes de robarte un primer beso en la puerta e irnos corriendo.

Caminamos mucho esa noche, con la luna de testigo, amaneciendo con ese viernes, gastando sin sentido las suelas de nuestras zapatillas por ese malecón. Tu celular no paraba de sonar y vibrar, y cada vez que lo hacia, sonaba esa canción de The Cure, ese “Friday i’m in love” y te besaba.

Cerca de las cinco de la mañana, cuando tu celular estaba exhausto por cantar la misma canción, te pregunte: “¿no vas a contestar?”. Tú sacaste el celular de tu bolsillo, lo miraste, me miraste a los ojos y dijiste:”No. Is Friday, i’m in love”. En ese momento lanzaste tu celular por el malecón y me besaste.

Yo simplemente te amé.

Los siguientes viernes durante unos cuantos meses fueron igual de divertidos.

Sonreí y ese recuerdo había acabado. Estábamos nuevamente en esa esquina y el auto en el que sonaba esa canción a todo volumen ya se había ido. Te miré y aun sonreías.

Conversamos un rato y me contaste lo mal que te iba en tu relación actual, recordabas como nos divertimos cuando andábamos juntos y nuevamente hablabas de tu presente con no tan buen semblante como cuando hablabas de nosotros. Te abracé y, aunque al principio no quisiste, al final te dejaste y es más, lo hiciste tú también.

Fue en ese abrazo en que te alejaste de mi y dijiste:”Me tengo que ir”, y fue en esa despedida en que sentí la mitad de tus labios en la mitad de mis labios, como la mitad de la luna que nos alumbraba la noche en que tiraste tu celular por ese malecón.

Con una sonrisa de esperanza, me senté en esa esquina viendo como cruzabas la pista y te subías al micro.

Con la misma sonrisa de esperanza, que en ese momento se convirtió en sonrisa de resignación, revisé el mensaje que me acababas de mandar desde el micro y que decía
:”lo siento, no puedo hacerle esto a XXX. Perdón, no me hables más”

Borré el mensaje, borré tu número de mi celular y me di cuenta que ese viernes no era un “Friday, i’m in love"; sino que era un maldito viernes mas de alguna película sin final feliz y simplemente te odié.





Canción por Benchi. En su masticado y atrofiadamente fluido inglés.

domingo, 20 de abril de 2008

Yo te quería porque...

  • Porque nos podíamos sentar en el mueble de mi sala, un sábado cualquiera, a ver un partido y no ver ni un minuto. Con mi mano bajo tu polo y las tuyas perdiéndose entre los rulos de mi cabeza, adorando la pereza, escondidos en la leve luz del televisor.
  • Porque caminábamos por esas calles llenas, pero vacías para nosotros. Recordando canciones que hablaban de lo mismo, que sonaban a viento fresco, como el sonido del mar al que nunca fuimos juntos, pero que juntos amamos, añoramos, idealizamos.
  • Porque Lima siempre estuvo seria y sólo sonrió cuando llegaste tú y, logrando que yo sonriera también, la peinamos de norte a sur y de este a oeste, de día y noche incluyendo anocheceres y amaneceres, haciéndome sentir que la ploma ciudad era mi hogar, nuestro hogar.
  • Porque decías quererme y, aunque me llamaras de mil formas diferentes, siempre sabía que esos nombres eran para mí, inventados por ti. Porque dejó de llamarse “tirarnos la pera” para ser un “pasar tiempo juntos”, tomados de las manos, con los labios entrelazados, disfrutando de algún silencio y miradas, tan calladas, tan armonizadas, tan inspiradas.
  • Porque disfrutábamos de la música en vivo de los locales de esta gran ciudad, aprovechando los rincones oscuros de los mismos, viendo los cielos completamente estrellados, sumergiéndonos en botellas o, a veces, poniendo un pie fuera del límite de lo legal.
  • Porque me hacías reír hasta cuando no había que hacerlo, burlándonos del defecto, riendo del muerto, sonriéndole al tuerto. Sentados en el sardinel de la pista con tu cabeza apoyada en mi hombro, con tu brazo y el mío entrelazados, mirando los carros pasar, esperando que caiga la noche y caminar, caminar como si no tuviéramos rumbo, pero sabiendo que al llegar a tu casa ese día iba a acabar.
  • Porque te extrañaba cuando me iba y, al caminar retirándome de tu casa, el celular vibraba y sabía que eras tú, con una muestra de cariño, con alguna de las caritas que inventabas y nunca entendía, con algún buen deseo hasta el paradero, donde estaba seguro que llegaría el próximo mensaje.
  • Porque nunca me exigiste que fuera lo que no quería ser, ni como parte de mi vida, ni por algún momento en ella; aunque conociéndote, hice los esfuerzos para que te sientas a gusto disfrutando las cosas que sabias que sólo hacia por ti.
  • Porque prometiste quedarte y, aunque no lo hiciste, me divertí mucho contigo. Desde tus llamadas madrugadoras haciendo las de despertador, hasta la última llamada del día, muy tarde por la noche y que, por lo general, me despertaba para no dejarme dormir en horas, siendo las causantes de mi actual insomnio.
  • Porque al irte me di cuenta que había vivido un sueño, y tal como lo dice su nombre: Los sueños, sueños son. La bebida que antes usábamos para divertirnos, hoy cambió de función y ahora es para olvidar. Las ilegalidades antes cometidas cambiaron su estado de “distracción” a “adicción”.


jueves, 10 de abril de 2008

La Coca Cola y el Betamax

Coquita ya tenía trabajando en nuestra casa unas tres semanas. En realidad era poco lo que sabíamos de ella, fuera de que vivía con su padre y su hijo Betito. Siempre hablaba de su natal Yunguyo, un pueblo cerca de la frontera con Bolivia, desde donde vino años atrás a buscarse un futuro mejor en la capital.

Solía hablar mucho de su hijo mientras barría, cocinaba o planchaba; pero tenía la particularidad de no decirle Betito, sino “Betita”. Siempre que me sentaba a desayunar con ella en la cocina, empezaba con que “Betita esto” y “Betita el otro”. Recuerdo haberle preguntado un par de veces si Betita era hombre o mujer, sólo para sacarme la duda y, como siempre respondía que era un “hombrecito bien bandido”, ya me dedicaba a escuchar sus historias sin importar la “transexualidad” del nombre de su hijo.

Cierta vez también recuerdo haberle preguntado por su nombre, a lo que respondió que a su papá le gustaba como sonaba la palabra Coca, que lo había visto una vez escrito por ahí y que por eso se lo puso. Recordó entre lágrimas como ese nombre la hizo sufrir un poco en el colegio por la crueldad de los niños, por lo que prefirió que le digan Coquita y así se quedó.

Coquita era muy, si es que se le puede decir, inocente. Tenía veinticuatro años, su marido la había abandonado cuando se enteró que estaba embarazada y ahora tenía que mantener a su padre y su hijo que vivían con ella. Ese verano nos habíamos hecho, en lo que te permiten tres semanas de conocer a alguien, buenos amigos. Aunque me llevaba doce años, era divertido conversar con ella y escuchar sus historias sobre como era vivir en la sierra con frío extremo bajo cero, o sentarnos a ver el video versión completa que tenía de THRILLER de Michael Jackson para el Betamax.

Mi madre comenzó a sospechar de ella cuando le pidió su libreta electoral y no la quiso traer. Coquita alegó que le daba vergüenza su nombre y que esa era la verdadera razón para no traerla. Desde ese momento la relación con mi madre se resquebrajó pues no comprendía que alguien tenga tanta vergüenza de su nombre. En realidad no lo comprendía yo tampoco, pero después, sin querer queriendo como dice el chavo, descubriríamos la razón de su excesiva vergüenza.

Un viernes por la mañana, mientras mi madre y Coquita tomaban desayuno en la cocina, llamó Julio el técnico electricista. Me dijo que el Betamax que había dejado un par de días antes había muerto y que ya no podía hacer nada por arreglarlo. Colgué el teléfono y atiné a gritar por la escalera a mi madre que estaba en la cocina:”Mamá, llamó Julio y dice que el Betamax ha muerto”.

Cuando disponía a dormir de nuevo, escuche unos gritos abajo, luego un golpe y los gritos de mi mamá. Coquita se había desmayado y mi madre me gritaba que llamara de urgencia al doctor. En unos minutos llegó la ambulancia, la subieron a una camilla y se la llevaron. Con mi madre la seguimos en ese mismo instante hasta la clínica.

Cuando llegamos ya la habían sedado y estaba en una camilla de la sala de emergencia a donde pasamos para verla toda relajada y casi dormida a causa de la droga que le habían puesto. La observamos unos minutos y mi madre comenzó a contarme que se había asustado mucho y que antes de desmayarse había gritado algo referente a su hijo, que lloró un par de lagrimas y de ahí se desplomo. Me dijo que me quede acompañándola mientras ella llamaba por teléfono al padre de Coquita para que venga a la clínica.

Mi madre regresó y nos quedamos en silencio al costado de la cama, sin hablar, respirando despacito, estando entre somnolientos y alertas esperando que despierte. Casi una hora después en la recepción de la clínica empezó un escándalo que nos hizo salir a mirar lo que pasaba.

Era un señor que rodeado de enfermeras y guardias de seguridad gritaba que “quería su coca cola”, lo que nos hizo pensar que era un paciente de psiquiatría que se había escapado. A su lado un niño lloraba y le gritaba: “Abuelo, quiero ver a mi mamá”.

Los gritos duraron unos minutos más hasta que por fin entendieron lo que quería. Se trataba de don Julio, padre de Coquita, que en ese momento recién descubrimos que se llamaba en realidad Coca Cola. Al descubrir eso comencé a recordar las veces que me decía que prefería que le digan Coquita porque en el colegio los niños la fastidiaban mucho, o por qué no quiso darle a mi madre la libreta electoral para que no se entere de su verdadero nombre.

En seguida una enfermera los llevo a la cama donde Coca estaba descansado, que con tremendo escándalo, ya se había despertado. Apenas vio a Don Julio entrar al cuarto le preguntó por su hijo. En ese momento el niño que estaba parado al costado del señor que parecía paciente de psiquiatría prófugo en el pasillo, entró corriendo y se tiró sobre Coquita, Coca Cola en ese momento, y ella lo abrazó y le decía:”Betita, hijito, estas vivo”

Con mi madre nos quedamos estáticos mirando todo pues en realidad no entendíamos nada. Coquita nos comenzó a contar que en la mañana cuando escuchó lo que grité por la escalera, pensó que su hijo había muerto, que por eso se desmayó y siguió pidiendo perdón varias veces mientras seguía abrazando a su hijito.

Habían pasado como dos minutos de ese monólogo y seguíamos sin entender. Coquita repetía en todo momento la frase que dije en la mañana:”Mamá, llamó Julio y dice que el Betamax ha muerto” y seguía abrazando a su hijo. Cuando realmente se dio cuenta que no entendíamos nada de lo que ocurría ahí, se quedo callada y dijo:”Perdónenme, es que si no les presento, no van a entender. Señora… Luchito… les presento a mi papá Julio y a mi hijito Betamax, mi Betita”

Recién en ese momento comprendí porque cada vez que terminábamos de ver el video de THRILLER, ella dejaba la cajita del video encima del Betamax y le daba un besito.
Años después, encontré a Coquita en el parque cerca a mi casa. Perseguía a dos niños, uno era su hijo y el otro su sobrino. Sus nombres: Thriller (me imagino que salió del video que tantas veces la hice ver) y Estaguars (me imagino que a su hermana le gustó mucho esa película).
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No encontré ni una canción referente a la historia, se aceptan sugerencias.

martes, 1 de abril de 2008

José sabía

Subí a la combi en el ovalo Higuereta. Regresaba de dar un paseo por Polvos Rosados y por las demás tiendas musicales hay en ese nuevo centro comercial en el ovalo.

Como hacía demasiado calor, abrí la ventana apenas me senté. Prendí el mp3 y comencé a escuchar música mirando por la ventana, jugando a detener el viento con mi mano, abriendo la boca para ver si podía secar mi lengua o haciendo cualquier cosa para que el viaje sea menos aburrido.

Por lo general en el micro no le hablo a nadie, es más, escucho música a un volumen exageradamente alto para no tener que escuchar a alguien que por ahí en el camino me quiera preguntar algo.

Otra cosa que suelo hacer, es sentarme recontra cómodo y estirado en los sitios de dos, para que la gente que quiera sentarse a mi lado, lo piense bien y no lo haga; sin embargo ese día no iba a pasar eso.

Cuando estaba de lo más tranquilo escuchando música, con la boca abierta en la ventana y esperando que se me seque la lengua, me tocaste el hombro y, por las señas que hacías, entendí que te sentarías a mi lado. Te quedé mirando y lo hice encantado. Te sentaste, me miraste y alzaste las cejas, sonreíste y te volteaste para mirar hacia delante. Yo me di cuenta que me había quedado mirándote, por lo que giré la cabeza rápidamente para que no te percates de mi embobada mirada.

A partir de ese momento se me hizo difícil no mirarte. Buscaba cualquier absurda razón para voltear y aunque sea verte por el rabillo del ojo. La dinámica era así: Yo volteaba “caleta” hacia ti, tú te dabas cuenta y me mirabas, yo pretendía no mirarte y giraba mi cabeza hacia el cobrador, tú nuevamente dirigías la cabeza hacia delante y con el rabillo del ojo seguía contemplándote.

Comencé a mirar nuevamente por la ventana. Mientras veía pasar los postes y carros, escuchaba al cobrador repetir mil veces los sitios que recorría su ruta y pensaba como hacer para mirarte sin que te des cuenta, me tocaste el hombro otra vez.

Te miré y me percaté que decías algo. Me saqué los audífonos y te escuche decir: “Es El viejo ¿no?, de La vela puerca”. Yo te miraba sin entender lo que decías y me quedé inmóvil. Tú tomaste uno de los audífonos que me acababa de quitar para escucharte y te lo pusiste en la oreja. Me miraste y dijiste: ”Ya ves, si es El Viejo”.

A partir de ese instante comenzamos a conversar. Mientras me contabas cuanto te gustaba el grupo y que justo un año antes fuiste a Argentina a verlos en concierto, yo babeaba mirándote y escuchaba atento para no perder una palabra de lo que decías. Luego te dije que esa canción (El Viejo) me gustaba, pero que me parecía que había una mejor en ese disco. Justo cuando estaba a punto de decir el nombre, me interrumpiste tomándome las manos y dijiste emocionadísima: “No digas… es De no olvidar”.

En ese momento mis ideas de no casarme nunca se desvanecían mientras tú sonreías. Casi sin palabras te diste cuenta que yo hablaba de la misma canción y en ese momento me abrazaste, pero no con un abrazo de esos que le das a alguien que no conoces, porque en realidad nadie abraza a un desconocido, fue un abrazo de emoción, tanto que me emocionó a mi también.

Para ese rato yo ya estaba sonriendo. Quería conversar más contigo, escuchar juntos todo el “Entre bichos y flores” o al menos que el viaje en esa sucia combi dure tanto como para no tener que bajar nunca y ser feliz ahí mismo, en ese asiento de dos para toda la vida; pero como una letra de La vela dice: “A veces la vida te da, solo pa’ quitarte”.

Y eso fue prácticamente todo, porque medio minuto después, tu le decías al cobrador que bajabas dos cuadras mas adelante; mientras al mismo tiempo me contabas que al día siguiente te ibas a vivir a Buenos Aires y que te emocionaba estar tan cerca de Uruguay, de donde son La Vela Puerca, para poder ir a verlos mas seguido.

Me diste un abrazo mas y mientras bajabas del micro me llegaste a decir: “Oye, porsiacaso también me gusta tu grupo, tu eres José, ¿no?, el de Peti”. Me quedé petrificado. Sonreía incredulamente con una expresión de asombro infinita mientras en mi cabeza te decía: “Te amo”.

En ese instante te vi bajar y comenzar a caminar por una calle mientras la combi ya avanzaba. Te seguí con la mirada por la ventana y vi que a lo lejos me regalabas un adiós y un beso volado con las manos. Sonreí el triple de lo que ya lo hacía.

Cuando deje de verte volteé para sentarme bien en mi asiento y ya había una señora sumamente gorda que prácticamente estaba encima mío y me asfixiaba. Nuevamente recurrí a los audífonos y, al poner play, La Vela Puerca siguió con su concierto personal para mí desde el mp3. Sonreí nuevamente y comencé a cantar con ellos: “José sabía que no puede ser, que esos amores no se pueden dar, que la vida es así, que te da solo pa’ quitarte”