jueves, 28 de febrero de 2008

En el tono más arrepentido


Si corro lo suficientemente rápido, creo que podré pasar de un salto todo el sillón de dos cuerpos. Era una de esas tardes comunes y corrientes, en las que no tenía nada que hacer y me quedaba deambulando por la sala, los cuartos, dando mil vueltas en la cocina pensando en nada. Miré hacia el pasadizo atrás mío y comencé a calcular desde donde tendría que correr.


Mientras me mentalizaba para la gran hazaña de la tarde, caminé a la cocina por un poco de agua y un bocado. Luego me dirigí al medio del pasaje que me llevaría a la diversión.


Por el tragaluz del medio del edificio comenzó a sonar una canción conocida que me hacia sentir mas emoción por lo que estaba a punto de realizar. Miré el mueble y comencé a retroceder suavemente, calculando con la mirada la distancia, mi velocidad, la fuerza con la que saltaría y de pronto me detuve. Estaba casi al final de pasadizo y era la distancia necesaria para realizar mi gran salto contra el aburrimiento.


Pestañeé un par de veces, me rasqué las orejas para la buena suerte y emprendí la carrera. Cuando apenas faltaban unos cuantos pasos para el punto designado para saltar, me resbalé con un pequeño charco de orina de perro y fui a caer pesadamente contra la mesita de vidrio en el que descansaban una colección de angelitos.


Mi cabeza se estrelló contra una de las patas de la mesita y esta cayó mientras yo deseaba que las alas de yeso de los angelitos cobraran vida y se comenzaran a mover para así impedir una desgracia. De mis ojos las lágrimas no dejaban de salir por el dolor del golpe; pero también por que todos los angelitos terminaron en pedazos y me imaginaba la que me esperaba cuando alguien llegue a la casa.


Comencé a juntar los pedazos contra la pared mientras lloraba despacio sin que nadie me consuele. La música había cesado y escuchaba claramente que alguien subía por las escaleras. Trate de apurarme para poder esconder el desorden pero era imposible.


Era tan difícil recoger esos cadáveres de yeso. Mientras el sonido de los pasos se hacía más fuerte, más grande era mi frustración por no poder levantarlos. Cuando escuché el ruido de las llaves entre en pánico y deje todo como estaba para ir a esconderme.


Desde mi escondite escuché como se abrió la puerta y empezó el griterío. Mi nombre era el único mencionado y eso me daba más miedo. Empecé a temblar mientras imaginaba que me buscaban por toda la casa.


Para ese momento las lágrimas y el llanto habían desaparecido. Sólo trataba de cubrirme los ojos para no ver cuando me vieran y todo la ira reviente contra mi; pero en un rato dejo de haber el bullicio. El silencio comenzó a entrar por mis oídos nuevamente y en vez de darme una sensación de calma me sentía más nervioso, más vulnerable a cualquier acontecimiento que pudiera ocurrir en ese momento. Me quede en silencio.


Apoye mi cara contra la puerta para tratar de abrirla lentamente e investigar que pasaba afuera, cuando de pronto esta se abrió violentamente y me vi atrapado en ese ropero debajo de los vestidos.


De un jalón de orejas ya estaba fuera. Mientras escuchaba los gritos, me movía como gusano tratando de escapar. No entendía muy bien lo que me decía, pero sabía que era una reprimenda tremenda por causa de los angelitos destrozados. Deseaba poder entender todo, absolutamente todo, pero no era así, deseaba poder contarte que fue lo que pasó, pero tampoco podía. Sentí una gran impotencia.


Te miraba a los ojos al mismo tiempo que la intensidad de los gritos bajaba. Quería poder contarte lo que había pasado, pero no podía, no me salía una sola palabra, es más, nunca me saldría alguna. Solo me quede callado, baje la cabeza y dije:


-Guau — con el tono mas arrepentido que hubiera pensado en mi vida


Entonces me abrazaste y me pediste perdón por los gritos.


-¡Hay perrito! — me dijiste un poco más calmada — Es que a veces me sacas de mis casillas.

martes, 19 de febrero de 2008

Total, es asi como me gusta verlos.

Estoy un poco aburrido. La tarde pasará de nuevo y yo estaré acá sentado, viendo televisión de rato en rato, siempre y cuando el sueño no me gane y me de por cabecear como casi todas las veces que me siento en este sillón.

Mis nietos han venido a visitarme como todos los días. Hemos almorzado y me han jugado bromas como todos los días también. A veces no recuerdo bien lo que hablan, es más, muchas veces ni los entiendo, siempre hablando de cosas que sólo ellos comprenden; pero igual me encanta estar con ellos, me siento acompañado, siento que le importo a alguien.

Ahora mientras almorzábamos, me sentí un poco mal al casi malograrles el almuerzo. Según ellos dicen que “no paso nada”, pero se bien que se asustaron mucho al verme atragantándome con una de las tantas pastillas que, por mi avanzada edad, tengo que tomar. En realidad no se para que servía la pastilla, es más, no se para que sirve ninguna de las que tomo, que no son pocas por cierto.

Después de estar sentado cuarenta minutos en el comedor, pues no me dejan levantarme hasta que no termine de almorzar, nos fuimos a la sala a conversar. Ellos se ríen cuando no les puedo seguir la conversación y les termino diciendo tonterías, o simplemente me pongo a hablar groserías para verlos reírse mas, total, así me gusta verlos, felices.

Hoy me di cuenta que la próxima semana cumpliré noventa años. Recuerdo antes haber esperado mis cumpleaños siempre tan feliz, siempre tan ansioso; pero los últimos no me despiertan el mismo sentimiento que los de antaño, cuando el día de mi santo era motivo de una gran fiesta, donde venían familiares, amigos y vecinos, y comíamos, bailábamos y bebíamos hasta el amanecer del día siguiente.

Ya esta empezando la noche y van llegando mis hijos. Me saludan y me hacen las típicas preguntas sobre cómo me siento y qué tal pase el día, sobre si almorcé, si tome mis pastillas y todo ese tipo de tonterías. Yo les respondo y ellos siguen su camino. Me quiero parar del mueble a hacer algo pero el dolor en mi cadera no me deja. Mi nieto mayor me dice que él puede llevarme al baño si quiero, pero no dejaré que lo haga, nunca nadie me ayudo a ir al baño y no empezaré a pedir ayuda ahora.

Minutos después, estoy parado en la puerta del baño de visita, he orinado mis pantalones porque no pude llegar a tiempo y escucho que se abre la puerta de la calle y entra Kemuri, la última de mis hijas, tan parecida a su madre. Me ve ahí parado, con el pantalón mojado y, muy cómplice ella, me acompaña a mi cuarto para que me cambie sin que nadie se entere, pues sabe que no me gustaría eso.

Sentado en mi cama, veo en el espejo la foto de Lucia, mi esposa, el amor de mi vida. Agarro la foto y me quedo mirándola, me pregunto como sería si estuvieras acá conmigo y pasaramos mi cumpleaños noventa juntos, pero se que no será así. Beso la foto y pienso en toda la falta que me haces desde hace un año, o serán dos o tres, la verdad no recuerdo cuanto hace que ya no estas, alzheimer que le dicen.

Salgo de mi cuarto y nuevamente Kemuri parada ahí frente a mi, tan parecida a su madre, con ese nombre tan raro que le puse por un grupo japonés de rock que me gustaba cuando era chiquillo, con su sonrisa y esperándome para ir a tomar lonche.

Bajando las escaleras le pregunto que es lo que haremos la próxima semana por mis noventa años y ella me responde: “Papá, tu cumpleaños ya pasó hace tres meses”. La miro y sonrío mientras ella me agarra del brazo para bajar las escaleras. Ya estamos por llegar al comedor y todos están sentados esperándonos.

Se que de nuevo comenzaran a hablar de cosas que no entenderé y se reirán de mi cuando responda tonterías; pero se que cuando comience a hablar tonterías, yo diré un par de groserías, para que se rían mas fuerte porque total, es así como me gusta verlos, felices.

lunes, 18 de febrero de 2008

El deseo entre dos pestañeos

I

Casi no veo nada, las lágrimas en mis ojos hacen todo borroso. Pestañeé fuerte y ya llevo dos horas sentado en esta esquina. Sólo espero, no tengo nada más que hacer. En cuanto pases, correré tras tuyo y recuperare mi hombría, aunque sea golpeándote por la espalda.


Estoy seguro que nadie, absolutamente nadie, olvidaría la remojada a la que fui sometido ese día. Si no estoy en un error, recuerdo que después de emborracharme y meter mi cabeza en la pileta, me pasearon por toda la avenida.

Esa noche, al llegar a mi casa, recién reaccioné. En el pantalón tenía un enorme hueco que incluso había roto mi calzoncillo, las mangas de mi camisa ya no estaban, y todo el pecho lo tenía mojado y sucio con barro del parque. Aunque no recuerdo muy bien lo que me hicieron hacer, no creí para nada cuando le pregunte y me respondió con un cínico “nada”.

La tarde pasaba y el frío se hacía sentir cada vez más. Decidí seguir esperando después de ir a mi casa a traerme una chompa. Al entrar, no había nadie, atravesé la sala e ingresé a mi cuarto. En el camino de regreso por la sala, mire el bar de reojo. Abrí una puertita, metí mi mano sin mirar, y saqué una botella de ron casi llena que me había quedado del fin de semana. Salí de la casa.

Ya eran cerca de las 9 de la noche. Supuse eso por que la señora Irma estaba cerrando su bodega, ya que acostumbraba dormir a las nueve y cuarto en punto. Por lo general cuando nos quedábamos conversando en la esquina, salía por su ventana y nos maldecía, o nos tiraba un baldazo de agua helada mientras su boca sin dientes expulsaba una sonora carcajada.

Yo seguía esperando en la esquina. El poco de miedo que me había empezado a entrar por la oscuridad de la noche, se había reducido mientras más sorbos de ron me zampaba. Justo estaba levantando la cabeza para mirar el foco apagado del poste, cuando a lo lejos observe que se acercaba Fidel, con su caminar lento como siempre y esa casaca verde que nunca se sacaba. Según yo, silencioso, trate de esconderme para que no me descubra.

En mi estado, que ya tenía casi toda la botella de ron en mis venas, pensé que sería divertido empujarlo y asustarlo en vez de pegarle; pero de un momento a otro me puse a pensar en todas las cosas que me pudo hacer mientras estaba borracho la otra noche, y empecé a ahogarme en un mar de ira.

Lo que iba a ser un grito para asustar, se convirtió en un salto contra su cuerpo. Al verlo en el suelo y bocabajo sin reacción, aproveche en retroceder, agarrar la botella de ron y reventársela en la cabeza. No contento con lo que hice, lo pateé hasta que deje de sentir mis piernas. Sentía sus costillas quebrarse al contacto con mis zapatillas.

Me quede ahí 10 minutos después de haberlo molido a golpes. El trago se me había bajado un poco aunque la adrenalina de aquel feroz ataque aun no me dejaba darme cuenta por completo de lo que había hecho. De pronto reaccioné y sólo atiné a salir corriendo.

Llegue a mi casa, cerré la puerta y lloré un rato. Fui velozmente al baño, prendí la luz y me mire al espejo. Me veía borroso, y eso fue en los dos segundos que me observé pues la vergüenza no me dejaba. Sentí culpa.
Con los ojos cerrados y lágrimas cayendo fui a mi cuarto, me cambie a oscuras, deje mi billetera en la mesita de noche y note que mi hermano no había llegado. Igual me metí en mis sabanas y me dormí. No estaba tan sano aun.


II

Abrí los ojos y me sentía muy pesado. Aun recordaba todo lo de anoche. Mire la cama de mi hermano y estaba tendida, como si no hubiera pasado la noche ahí.

Salí del cuarto, caminé por la sala y entre al comedor. Mi mamá no estaba preparando el desayuno, cosa que me pareció rara pero igual me senté. Cuando justo me había levantado para servirme algo de comer, sonó el timbre.

Abrí la puerta y me di con la sorpresa que el que había tocado era Fidel. Me asuste mucho pero el parecía estar muy tranquilo:

— ¿Dónde está tu hermano?—me preguntó
— No lo sé, no vino a dormir creo
— Bueno, dile a ese pendejo que no se olvide de devolverme mi casaca verde, chau.

En ese momento sentí como todo por dentro se me iba despedazando. Salí corriendo hasta la esquina donde ayer supuestamente había atacado a Fidel.

Al llegar vi en el piso una enorme mancha de sangre, pise los vidrios de la botella que yo había reventado en la cabeza de mi hermano y nuevamente las lagrimas, cada vez me iba sintiendo más pequeño, mas criminal, mas animal.

Corrí nuevamente hacia la casa. Al cruzar el parque, vi a Fidel golpeando a mi hermano, de un puñete lo tiró al piso y le gritó:

—Encima que te presto mi casaca dejas que te la roben, ¡eres un imbécil!!

Yo no atiné a defenderlo, solo corrí y me le tire encima. Lo abracé mientras los chicos se burlaban. Las lágrimas salían de mis ojos, y como el recuerdo de la noche anterior todo era borroso. Volví a pestañear fuerte y estaba en esa gran alfombra de jardín, con una flor en la mano.

La tire en ese pedazo de mármol con tu nombre escrito, me arrodillé y me puse a pensar en lo que hice. Hubiera deseado en realidad abrazarte en el parque mientras te golpeaban. Hubiera deseado que todo lo que imaginé sea verdad y no tener que venir a escondidas a tu tumba por que mamá no soporta verme.

martes, 12 de febrero de 2008

La voz del recuerdo

Te miraba y nada hacia presagiar que me hubiera gustado que no sepashablar. Todos los preparativos ocurrieron en total tranquilidad. Lasbromas, el desorden y la informalidad hacían que el momento no seapara nada tenso.
Era un día mas de los grises que abundan en lima, aunque por losánimos y las ganas de hacer el dichoso trabajo, era un día soleado.Luego, el reloj comenzó a presionarnos, por lo que tuvimos que empezarde golpe sin escuchar los ensayos previos, al guerraso, como se sueledecir.
Y bastó que digas una sola palabra en voz alta para no quererescucharte jamás. Bastó que dejes de ser esa linda chica a la que noescuchaba hablar, para convertirte en esa voz del recuerdo que me hizoestremecerme durante casi dos horas.
La voz que me hacía sufrir en el momento en que mas indefenso meencontraba, cuando no me podía tapar las orejas por estar cargando elbendito micro que tenía que dirigir hacia tu boca, esa boca que era laculpable de que escuche lo que estaba escuchando y que me sienta comome estaba sintiendo.
En tu voz reconocí cada tono y cada estilo de hablar de una persona ala que no le hablo en mucho tiempo, pero que extraño de cuando encuando. Tu voz me hizo recordar cada tarde, cada nota en losconciertos, cada caricia, cada revolcón inmoral, cada suave palabra; pero también ese final que nunca pude entender y del que nunca tuve explicación alguna.
Reconocí en tu voz las veces que escuchaba cosas que me gustaban ytambién la poca cantidad de cosas que no. Escuche durantedos horas tu voz, pero no entendí tu cara, no sabia porque tenias lavoz de otra persona, de esa otra persona que tanto escucho pero que nuncaveo, que nunca encuentro, que me he cansado de inventar.

domingo, 3 de febrero de 2008

¿Te acuerdas de mí?

Estoy apunto de llegar y ya voy sintiendo ese ambiente casi festivo que se vive en la casa de mi abuela cada veinticuatro de junio. La puerta de la cochera esta abierta y los primos menores corren incontrolables hacia el parque mientras mis tías tratan de perseguirlos para abrigarlos o gritarlos para que no se ensucien.

Dos pasos adentro de la casa y el olor a juanes es completamente tentador. Empieza la rutina de llegar a una casa llena de tíos y tías que no ves muy seguido, y a los que tienes que darles un pequeño resumen de cómo te ha ido en tu vida durante el último año en que no te vieron.

Tener que ir contando repetidas veces lo mismo hace que el camino a través de la cochera, la sala y el comedor para llegar a la cocina sea completamente tedioso; sin tener en cuenta que durante esa travesía, te llevas un par de jalones de cachetes de las tías, un par de puñetes de algún primito insoportable o terminas haciendo de mozo y llevando los platos sucios a la cocina.

Ya en la cocina, por fin pude saludar a mi abuela. Después del saludo y de servirme mi juane especial libre de aceitunas, me cuenta que su mamá, mi bisabuela, estaba en el jardín y que valla a verla.

Salí al jardín y ahí estaba ella. Sentadita en una silla con su gorrito de lana, con su carita arrugada y pelando, como siempre hace, uno por uno los choclos que iba a comer. Caminé despacio y me senté frente a ella.
La mire y sonreí, pero ella me devolvió una mirada desconfiada y dejó de pelar sus choclos para coger fuertemente su plato. No le hice mucho caso y seguí comiendo, pero ella no dejaba de mirarme y seguía cogiendo fuertemente el plato, como si esperara que en algún momento yo me fuera a levantar y arranchárselo de las manos.

Sentía la tensión en su mirada hasta que entró mi abuela y se sentó a su lado a comer. Mi bisabuela, que no dejaba de mirarme, se acerco a mi abuela y le dijo al oído: “Hijita, ese hombre ha venido acá y no deja de mirarme, creo que se quiere robar mis choclos”. Al escuchar esto, ambos estallamos en risas, y empezamos a explicarle que yo no era un ratero, sino que era su bisnieto y que había venido a acompañarla para que no coma sola. Ella, aun con desconfianza, me miro por largos minutos hasta que le pregunte: “Abue, ¿te acuerdas de mi?”, a lo que ella con una sonrisa respondió: “Claro, eres guitarrista, cantor y chupacaña”. Al escuchar esto, nuevamente reímos, pero esta vez ya no había esa desconfianza en su mirada.

Luego de eso, nuestro almuerzo se hizo más llevadero. Conversamos de las veces que la visitaba en Pucallpa y se trepaba en los árboles para rodar los mangos por el techo de la casa, mangos que la cocinera nunca pudo atrapar y terminaban reventados en el piso; o de las veces que con mi abuela le robábamos la olla de chicharrones para comérnosla escondidos en algún cuarto.

La vi reír varias veces mientras comía sus choclos, mientras entraban tíos y tías a saludarla y ella, sin saber quienes eran, saludaba también. La vi divertirse y me divertí yo también.

Cuando ya empezaba a anochecer, mi abuela dijo que me quede un rato con ella, porque ya tenía que preparar su maleta para llevarla nuevamente a su casa. Mientras mi abuela preparaba la maleta de mi bisabuela, los dos seguimos conversando de sus hijos, de que esperaba que ya le de su tataranieto, de que ya iba a regresar su hijo, que ya murió hace un par de años, pero que ya no se da cuenta. Conversamos de todo y de nada a la vez, se reía de cualquier cosa y eso me hacia reír a mi también.

En ese momento se acercó mi papá y me dijo que ya era hora, que iba a traer el carro para llevar a la abuelita a su casa. Me quede con ella por unos minutos mas y le volvi a preguntar: “Abue, ¿te acuerdas de mi?”, y ella me respondió sonriendo: “Claro hijito, claro pajarito”.

En ese momento me emocioné y por un momento pensé que de verdad me recordaba, pues toda la vida, incluso desde antes de tener alzheimer, me había dicho pajarito. Sonreí y la abracé, justo cuando todos mis tíos, tías, primos y primas, empezaron a acercarse para despedirse. Sentado junto a mi bisabuela, vi como se despedía de todos y cada uno de ellos diciéndoles también “pajarito”; y en ese momento recordé que le “pajarito” no era un apodo de cariño hacia mi, sino que se lo decía a todo el mundo. Igual me quede sonriendo.

La acompañe hasta el carro y la ayudé a entrar. Mientras mi papá cerraba la puerta de la cochera y mi abuela venía con la maleta, le volví a preguntar: “Abue, ¿te acuerdas de mi?”, y ella respondió de nuevo con un claro; pero esta ves, vino acompañado de dos palabras mas: “claro, claro josecito”