sábado, 22 de marzo de 2008

Hay que darnos un tiempo.

Abriste la puerta y me quedaste mirando. Entré despacio, mirándote, te besé en la mejilla y me senté en el mueble. Tú te sentaste a mi lado y ni me miraste. Podía notar que aun estabas seria, es mas, estabas tan seria que esa tarde lo podía oler.
Cuando te iba a abrazar, te paraste bruscamente y dijiste que mejor vayamos al jardín, que no te querías perder el sol de ese día. Caminaste rápido y abriste la puerta del jardín. Yo, detrás, te seguí a paso lento, sabía que aun te sentías muy molesta por la pelea del día anterior; pero al llegar donde estabas tu, me besaste con un sentimiento increíble, como si supieras que ibas a morir y era el último beso que me darías. Naturalmente después, descubrí que quien moriría sería yo, y no tú.
El malestar fue borrado por el beso, pero solo en cierto grado. Nos sentamos a conversar y, muy serios, dijimos que esto no podía seguir así, que las peleas poco poco iban a acabar con nuestra relación, cosa que me pareció completamente fuera de lugar ya que, en casi un año de estar juntos, era nuestra segunda pelea.
Entre tanta palabra se bajaron las revoluciones. Ya sentados en el jardín, mi mano se comenzó a deslizar y, cautamente, comenzó a tratar de tomar la tuya. A pesar de las negativas del principio, terminaste accediendo. Nos tiramos boca arriba en el jardín a mirar el cielo, los pocos pájaros que pasaban y el sol que nos enceguecía.
A pesar de que al parecer las cosas habían retomado su buen camino, nada estaba bien y recién después lo comprobaría.
Después de estar una hora de estar echados, de manos tomadas, sin decir una sola palabra, decidí sacarme el polo para meterme a la piscina. Te pregunté si es que tú también te meterías y me dijiste que tenías que ir a cambiarte.
Como sabía que no había nadie en la casa aparte de nosotros dos, me ofrecí para ayudarte a cambiarte, cosa que siempre pasaba y terminábamos haciendo otras cosas muy lejos de la piscina; pero esta ves dijiste que no.
Mientras miraba como te ibas adentro de la casa, me senté en el filo de la piscina, con los pies dentro del agua a esperar que regreses. Sentado ahí pensaba en lo que podría decirte cuando regreses para aclarar las cosas, no me gustaba como estaban, no me gustaba sentirte tan tensa y molesta.
Pasó media hora y recién te apareciste. No te habías cambiado. Te sentaste a mi lado y metiste tus pies en el agua a mi costado. Traté de abrazarte y no te dejaste, quise besarte, pero fue en vano, te pusiste de pie y comenzaste a hablar.
Todo a partir de ahí fue muy confuso, a pesar de que yo pensaba que las cosas podrían mejorar a partir del beso en la puerta antes de salir al jardín, comprendí recién la razón por la que había sentido esa extraña sensación a la hora que me lo diste.
Comenzaste a hablar y, entre todo ese vendaval de palabras, escuche cosas como: “darnos un tiempo”, “estar confundida” y “necesito pensar”. Luego hablaste de una balanza que en realidad yo nunca tuve en cuenta para mis sentimientos hacia ti. Dijiste que desde un tiempo antes esa balanza pesaba mas hacia el lado en el que yo era tu amigo y no tú enamorado. Dijiste muchas cosas mas que ya no quería escuchar, o no se si en realidad las entendía o no.
En mi cabeza los pensamientos comenzaron a alborotarse. Me comencé a dar cuenta por que en los últimos días, cuando me ponías las mejillas ante cualquier beso, decías que era mas “bonito” así. Pensé en todas la veces que me cortabas las llamadas alegando que tenias que hacer, a pesar de que en realidad por esos días no hacías nada.
Tú seguías hablando y yo seguía pensando. En realidad no quería seguir escuchando lo que me decías, me parecían razones tan estúpidas, tan hirientes, tan falsas. Yo nunca creí en situaciones como “tomarse un tiempo”, por lo que esa misma tarde terminamos. Recuerdo haberte presionado y presionado hasta que tu lo dijeras por que yo, que en ese momento estaba completamente contrariado, no lo podía decir.
Llorando, trate de besarte y no te dejaste. Te abracé pero no me devolviste el abrazo. Comprendí que nunca más te volvería a hablar.



Una semana después me llamaste. Dijiste que me extrañabas y te dije que yo no. Lloraste y te corte alegando que tenía cosas que hacer, seguramente las mismas cosas que hacías tú cuando me cortabas, pues, en realidad, no había salido de mi casa en una semana.



Un mes después te encontré en un bar. Tú estabas con tu nuevo enamorado. Te saludé y empecé a beber hasta que se acabo la cerveza del local. Al día siguiente tenia un ojo rojo pues una vena en el ojo se me había reventado. El oculista me dijo que podría haber sido causado por un golpe emocional y en ese momento yo ya sabio que lo había causado.


Una mañana, cuatro meses después, revise mi correo y tenia un e-mail tuyo. Me contabas que te ibas a vivir a México y que ese fin de semana sería tu despedida, que por favor fuera porque habían algunas cosas que debíamos hablar antes que viajes, que no podía ser que después de terminar nunca mas fuéramos a hablar.
No fui a tu despedida y tampoco respondí tu mail.


Un año después recibí otro mail tuyo en el que me contabas que te ibas a casar. Me pediste que te de el nuevo número de mi casa porque querías hablar conmigo. Nunca te respondí el mail.

-o-


Una navidad dos años después regresaste y viniste con tu esposo. El se enfermó a causa de una mala comida y, aprovechando su convalecencia y que sabías donde trabajaba, me fuiste a buscar. Esa misma tarde le sacaste la vuelta a tu esposo. Los tres días siguientes paso exactamente lo mismo.
Paso el tiempo que tenías para estar acá y te regresaste a México.


Cuatro meses después me mandaste otro e-mail. Me contabas que te estabas divorciando, que te había comenzado a ir mal por allá y que al parecer regresarías en un mes. Tampoco te respondí ese correo.

-o-

Luego, cuando ya tenías dos años viviendo en Lima otra vez, te encontré en la calle. Me contaste que estas por casarte de nuevo y que posiblemente tratarías de tener un hijo antes que acabe ese año. Con un par de cervezas nos pusimos al día en todo lo que no habíamos conversado en años y por la noche le sacaste la vuelta a tu prometido.

Dos semanas después me llamaste para contarme que no te ibas a casar y ese día te conté que me casaría yo.

jueves, 13 de marzo de 2008

El último sábado nublado

Si es cuestión de recordar, recuerdo que ese sábado me levante minutos antes de las ocho de la mañana. Prácticamente corrí a la cocina, saqué mi plato del armario, me serví un poco de cereal y seguí mi camino hacia la sala para prender la tele.


Mire el reloj en la pared varias veces y, aunque recién había aprendido a leer las manecillas del reloj, note que ya habían pasado las ocho hace varios minutos.


Tomé el control remoto en mis manos y cambié de canal paseando varias veces por todos los canales nacionales que conocía; pero nunca pude encontrar mi programa preferido. Angustiado, me dirigí al cuarto de mis papás que en ese momento aun dormían. Parado al lado de mi papá le pregunte varias veces por qué no estaba dando Nubeluz, a lo que el sólo me respondía con algún quejido. Fue en ese momento que tomé la decisión de comenzar a saltar entre ellos dos para que me den alguna respuesta válida del por qué no daba mi programa. Había dado dos o tres saltos, cuando mi padre se despertó gritando y molesto porque lo había despertado. Con sus ojos llenos de lagañas, me dijo: “no va a dar, porque una de las que conduce el programa se ha muerto”.


Apenas escuché lo que dijo, dejé de saltar. Vagamente, comencé a recordar que en la semana había escuchado una noticia sobre eso, pero que en realidad, a esa edad, no le había prestado mucha importancia a la novedad. Mientras mi padre nuevamente se quedaba dormido, yo caminaba a la sala y pensaba que podría haber pasado para que ese sábado no este dando Nubeluz como siempre.


Llegando a la sala, me tropecé con el plato lleno de cereales que había dejado en el piso. Seguía mirando ese canal por donde todos los sábados veía mi programa y no aguante más. Corrí hacia el teléfono, marqué el 35 95 10 y me contestó mi abuela.


Le conté lo que me había dicho mi papá y ella, con mucha pena, me confirmó la noticia. Me dijo que la dalina tan linda que siempre veía los sábados, había fallecido. Me quede en silencio absoluto. Mi abuela seguía hablando por el auricular mientras yo, a lo lejos, miraba el televisor en ese bendito canal que todos los sábados pasaba mi programa y rogaba que, aunque sea por unos instantes, pase una parte en vivo de mi programa y ver a mis dalinas bailando, ver a glufo bailando, ver a los malditos golmodis bailando, pero no pasaba. Mis ojos se comenzaron a llenar de lágrimas hasta que mi abuela dijo: “Pero hijito, hoy día es el entierro, si quieres podemos ir, yo se donde será”.


Apenas escuché eso, le dije que estaría listo en diez minutos para ir, que me espere lista ella también para salir lo más rápido posible. Le colgué el teléfono y corrí a cambiarme. Mientras me cambiaba, escuchaba las canciones de mi disco de nubeluz y recordaba todas las veces que había querido ser astronauta y a las estrellas llegar, o todas las veces que había querido ser inventor para inventar mas amor, solo para inventar mas amor que el que sentía por ese programa.


No soportaba pensar que nunca más escucharía esas canciones en vivo y con los ojos llenos de lágrimas, por eso apagué el disco y puse cualquier radio al azar. Comenzó a sonar una canción que estaba de moda por esos tiempos y que, para casualidad del caso, yo me sabía casi de memoria.


Mientras me terminaba de cambiar, cantaba casi llorando: “mírame mírame, dime que tu, casi, casi me quieres, igual que te quiero, y lo nuestro es amor por amor y por eso tu, ámame, ámame, mírame mírame”, y así, mientras seguía sonando la canción, pasaba corriendo por el cuarto de mis papás y, aprovechando que estaban dormidos, les decía que estaba saliendo con la abuela.


Cuando llegamos al cementerio había demasiada gente. Estuvimos dando vueltas por el lugar hasta que se fueron todos. Casi dos horas después, mi abuela me compró una flor y yo la fui a dejar a la lápida. Me sentí muy triste, recordé todas las canciones, todos los bailes, todos los juegos.


Recuerdo que mientras lloraba, mi abuela me tenía abrazado y trataba de decir algo que me consuele, pero no podía. Me imagino que en ese momento le sería prácticamente imposible. Caminamos un rato por ahí y le pedí, tontamente, que se muera rápido para poder enterrarla cerca de la dalina y poder visitarla siempre a las dos. En ese instante me dio una cachetada.


Después de eso regresamos a la casa. Yo a la mía y ella a la suya. Pasaron años de años y nunca hubo un sábado igual a los de Nubeluz. Nunca más sentí la necesidad casi irrazonable de levantarme la mañana de algún sábado a ver televisión, a escuchar alguna canción o a reírme de los niños que se caían en los juegos del programa. A partir de esa fecha descubrí lo que era dormir hasta tarde un sábado y, si bien años después tuve un pequeño romance con los partidos de la liga italiana los sábados por la mañana, nunca nada volvió a ser como mi Nubeluz.


Hoy es sábado y son las nueve y media de la mañana. No me he despertado temprano, sino que hasta ahora no duermo. Mis amigos, completamente ebrios, duermen regados en la sala, comedor o tirados por el piso de la cocina.


Yo, tambaleándome, camino hacia la cocina, agarro mi plato de Nubeluz, y después de casi doce años de la última ves que me desperté temprano para ver el programa, tomo desayuno entre tantos borrachos durmientes, cantando y lagrimeando: “yo quiero ser un artista, para pintar ilusión, para pintar ilusión”






La canción que esta aca no es de Nubeluz, pero me acuerdo que cuando pasó todo lo que pasó, la pasaban mucho en la radio y, cada ves que la escucho, me hace acordar a todo esto.
P.D. Mi plato de nubeluz ha desaparecido, no me pude tomar una foto con el para ponerla aca.

martes, 4 de marzo de 2008

Memorias de Hiperactividad: La selva negra y el columpio.

Ya estoy sentado en esta mesa diminuta junto a todos estos niños tan obedientes, sumisos y callados. El nido no es un buen sitio para mí, al menos eso es lo que yo pienso. A pesar de llorar todas las mañanas prácticamente amarrado a los brazos de mi madre para que no me deje en ese sitio que odiaba, siempre terminaba entrando cargado por alguna profesora que me terminaba metiendo a mi salón.


Nunca me ha gustado estar todo el día sentado haciendo palitos o bolitas en hojas de papel que al final del día seguramente serán tirados al basurero. Cada vez que empiezo a correr por el salón, la profesora me grita y tengo que regresar a esa mesa diminuta, con los niños obedientes, sumisos y callados, donde no podré decir una palabra y nuevamente seré esclavo de las líneas y bolitas con las que tengo que rellenar mis planillas.


Faltan cuarenta minutos para el recreo y estoy llorando en mi pequeña silla. Con la tapa del water me chanque el pene porque no la subí bien y a pesar de esto, la profesora me jaló de la oreja por haberme parado al baño sin pedir permiso. Odio a esta profesora sustituta que esta acá porque mi Miss Ana Maria no pudo llegar temprano hoy día. No le importo que este a punto de orinarme, solo quería que le haga caso y obedezca como todos lo demás entes que había en el salón.


Ya faltaba poco para el recreo y solo quería que nos dejen salir de una ves o sino que empiece la hora de lonchera para ver que me había mandado mi mamá ese día. Todos escribían cual robots mientras yo miraba atentamente a la profesora, ellos haciendo bolitas y yo mirando a la profesora, ellos haciendo palitos y yo mirando a la miss, ellos totalmente en silencio y mis dientes tiritando porque no podía aguantar mas tiempo sentado sin moverme.


Finalmente dijo que guardemos las cosas y saquemos nuestras loncheras y al fin la tranquilidad entro a mi cuerpo.


Se que cuando abra mi lonchera no habrá nada delicioso, es mas, se que todo lo que me han mandado no son mas que tonterías correctamente alimenticias y nutritivas como los especialistas dicen que debe ser cuando un niño es hiperactivo como yo. La abro y me doy con la sorpresa de que todo es como lo esperaba, un poco de manzanilla, una manzana, un mísero puñado de pasas en una bolsa y una pera.


De reojo voy mirando la lonchera de mis amiguitos y me corroe una pequeña envidia. Veo pasar los panes con carne, chocolates, chizitos, botellitas de coca cola y miro nuevamente mi lonchera. Rumiando mi resignación decido a empezar mi aburrida lonchera por la bolsita con las pasas, cuando la profesora nos da la noticia de que es el cumpleaños de una de las niñas del salón y que su mamá trajo torta y bocaditos para compartir con todos.


Sin dejar de mirarla, iba devolviendo rápidamente las pasas y todas las tonterías que me habían mandado a la lonchera; mientras en mi boca, la saliva se amontonaba y tenia que tragarla apurado antes que termine desparramada por el piso.


La caja de la torta se abría y salía una inmensa selva negra, de puro chocolate, tan negro como mis manos después de jugar unas horas en el parque. El canto del happy birthday ni lo sentí, solo quería que me den un poco de esa torta de chocolate, quería repetir y repetir los vasos de gaseosa y comer miles y miles de los dulces que habían en la mesa.


Luego de seis vasos de gaseosa, tres pedazos de torta y más de cien artefactos chocolatados, la profesora dijo que podíamos salir al recreo. Apenas lo dijo, salí corriendo por el patio. La energía en mi cuerpo me guiaba sin que yo tenga reacción. Simplemente daba vueltas y vueltas, gritando, saltando, chocándome con todos los niños que podía haber en el camino, cayéndome y levantándome en el mismo segundo, prácticamente volando a causa de una sobredosis de dulces.


Nunca había disfrutado tanto el cumpleaños de uno de mis compañeritos, pues Miss Ana Maria, sabía que a causa de mi hiperactividad yo no podía comer dulces ni tomar gaseosas, cosa que no sabía la sustituta y de lo cual me aproveché para mandarme el banquete de mi vida.


Sonó el timbre de fin de recreo y todos los niños regresaban a los salones mientras yo seguía corriendo incansablemente por el patio. La sustituta me comenzó a perseguir y solo recuerdo haberla visto caer mientras trataba de detenerme. Luego otra profesora mas detrás mió y mi carrera seguía imparable.


Cuando llegue a los columpios, trate de columpiarme parado en uno de ellos cuando de pronto perdí el equilibrio y caí de espaldas al suelo. En ese momento escuche los gritos de las profesoras mientras las veía correr hacia mí.


A causa de la gran energía que aun tenia dentro de mi y que me era incontrolable, me trate de levantar rápidamente para huir, cuando de pronto, mientras me levantaba del piso, el columpio que había salido disparado hacia adelante antes de caerme, regresó golpeándome de frente en la frente y dejándome tirado e inconciente en el piso.


Me desperté echado en una camilla de la clínica. Mi madre, a mi costado, estaba con los ojos rojos como si hubiera llorado horas de horas. Miré por la ventana y ya era de noche. Mi mamá me abrazo y me pregunto si había comido algún chocolate, mientras que yo, con la boca y el polo, completamente sucios de chocolate, le dije: “no mami, solo me comí las pasas que me mandaste” y nuevamente me quede dormido inconciente.