lunes, 18 de agosto de 2008

55 minutos

Sólo faltaban diez minutos para las seis de la tarde. Me arreglé el corbatín michi que perteneció al abuelo Hebélio y miré nuevamente mi reloj, que casualmente también le había pertenecido. Me estiré los tirantes por última vez y asumí una posición mas relajada.

No podía creer que ella había quedado en encontrarse conmigo precisamente en el lugar donde solían estar todos sus conocidos. Mientras esperaba, en mi cabeza trataba de recordar alguna anécdota para compartir con ella cuando llegará.

Viviana del Portal Rivadeneyra era su nombre. Siempre la había visto de lejos y nunca me había atrevido a acercarme. No tengo muy claro en realidad todo lo que sucedió para que lleguemos a citarnos, sólo sé que sucedió.

Llevaba sentado en ese lugar cerca de cuarenta minutos. Preferí llegar antes para ver el ambiente. Vi entrar muchos amigos de Vivi. Digo Vivi, por que en esos momentos había dejado de ser Viviana del Portal Rivadeneyra y se había convertido en Vivi, mi Vivi, la que se citó conmigo en aquel sitio frente a todos sus amigos.

Mire mi reloj nuevamente. Faltaban dos minutos para las 6 de la tarde. El mesero llegó por octava vez a mi mesa a preguntarme si me podía traer algo, y yo, como siempre, le respondí que aun no, que esperaba a alguien. Él, con cuidado, retiraba la carta que segundos antes había puesto sobre la mesa y con una sonrisa, que en cada una de las veces que se retiraba tenia mas sarcasmo, giraba sobre los tacos de sus zapatos de charol y se iba silbando.

En la espalda del mozo, que vestía camisa blanca, me imaginaba un ecran donde se proyectaba la bella historia que estaba por ocurrir. Según yo, ella llegaría, me saludaría, se sentaría a mi lado y conversaríamos durante horas. Todos sus amigos y amigas sorprendidos nos mirarían y se preguntarían quien es ese tipo con el que Vivi conversa.

Otra vez mire el reloj. Ya habían pasado cuatro minutos de las seis de la tarde y esperaba con ansias, que de un momento a otro, ella atraviese la puerta del lugar que siempre recibía a sus amigos.

Mis manos comenzaban a sudar. No sabia si saludarla con un besito en la mejilla o con un apretón de manos. Después de pensarlo por un momento, me decidí por el besito pues pensé que sería más romántico. Luego le jalaría la silla para que se sentara bien cómoda, llamaría al mozo y esta vez yo sería el de la sonrisa sarcástica.

Me acomodé nuevamente los tirantes y sentí que la puerta se abrió. Levante la cabeza pero no era ella. Con disimulo, pues pensé que el mozo observaba cada movimiento mío para acercarse y acumular mas sarcasmo en su sonrisa. Mire mi reloj de nuevo y ya eran las seis y nueve minutos.

Comencé a buscar explicaciones en mi mente del por que no llegaba. Recurrí a una que solía ver en las películas. Siempre te hacen creer que las chicas lindas llegan tarde, aunque en ese momento sabía que era algo estúpido, preferí concentrarme en esa idea para tranquilizarme.

Un poco mas relajado, saque del bolsillo interior del saco la cajita que contenía su regalo. Era un prendedor de plata en forma de estrella, que había pertenecido a la abuela. Lo estaba observando mientras imaginaba como lo iba prendiendo en su polo, cuando dos manos golpearon la mesa.

— ¿Qué haces acá? — me preguntó Maria Alejandra con una voz sumamente irritable
La mire y baje la mirada muy rápidamente. Me quede callado. No entendí por que lo hice. Guarde en un instante la cajita con el prendedor y cuando levante la mirada para responderle, automáticamente me dijo:
— Pobrecito.. — mientras se daba la vuelta para irse con el resto de sus amigos

Maria Alejandra era una amiga de Vivi. No era muy buena persona, era realmente odiosa. Ya no me preocupe más por ella y seguí en mi dulce espera.

Ojos al reloj nuevamente, ya eran seis y doce minutos. Mi pierna derecha comenzó a temblar, por lo general eso solo ocurría cuando estaba nervioso y valla que lo estaba. En ese momento no lo pensé, pero no me había percatado que la pierna no me tembló hasta ese momento y, en todo caso, me hubiera temblado desde el principio, pues siempre estuve nervioso.

Mire al mesero. Estaba distraído mirando unas chicas entonces rápidamente dirigí la mirada a mi reloj. Seis y doce aun, lo que para mi habían sido unos diez minutos, para mi reloj fueron unos insignificantes segundos. Me acomodé en la silla para que no se note la tembladera de mi pierna y seguí atento a la puerta.

Sobre la mesa estaba tendida la palma de mi mano izquierda y mi codo derecho, sobre el cual se apoyaba mi cabeza. Empecé a escuchar pequeños golpecitos. Uno, dos, tres y cuatro, paraban un ratito y nuevamente uno, dos, tres y cuatro. Miraba la puerta, pero en realidad me concentraba en los ruiditos esos.

Desvié la mirada a la izquierda y vi mis dedos golpeando la mesa. Meñique, anular, medio e índice, la pausita y nuevamente meñique, anular, medio e índice. Me detuve automáticamente.
El mesero llego por novena vez a la mesa.

— ¿No pedirá nada aun no señor? — miraba con cara de que en pocos segundo podría empezar a reír a carcajadas
— No, ya te dije, estoy...
— Si señor, esta esperando a alguien — dijo completando lo que iba a decir, sonrió con más sarcasmo y se retiró.

Enderecé mi espalda en la silla. Sentí algo bajar por mi patilla izquierda, al pasar mi mano, me di cuenta que había empezado a sudar. Del bolsillo trasero del pantalón saqué un pañuelo y me seque apuradamente, pues Vivi podría llegar en cualquier momento y no quería que me viera así. Seco el sudor, mi mano bajaba y metía el pañuelo en mi bolsillo a la vez que mi cabeza nuevamente se levantaba en dirección a la puerta.

Mis ojos no se cansaban de mirar. Parecía que los pestañeos esta tarde no me alcanzaron, sólo era una mirada continua y desesperante, ausente de párpados metiches que entrecortaran la visión que tanto esperaba. Busqué al mesero con la vista y, al no verlo, mire nuevamente mi reloj. Seis y veinte.
Me tome el pulso yo solo. Sentí que me comenzaba a agitar. Dedo pulgar en la muñeca opuesta, no había pulso, no lo encontraba, pero me agitaba mas, sudaba nuevamente y otra vez el pañuelito.

Comencé a sentir sueño. La respiración me fastidiaba, el hecho de tener que hacerlo profundamente me causaba un gran malestar. Mis ojos seguían mirando la puerta insaciablemente.

Decidí recostar la cabeza sobre el brazo, de tal manera que podía descansar y a la vez mirar la puerta. Ojitos al reloj, seis y veinticuatro. Mi cabeza bajaba lentamente, moviéndose centímetro por centímetro, milímetro por milímetro, cada vez más despacio hasta que dejaba de ver y de oír, y me hundía en un profundo silencio.

Me había quedado dormido cuando de un golpe me desperté. El mozo que tantas veces se burlo de mi, se tropezó y caía lentamente al piso. Su bandeja salió disparada y el vaso de ron que llevaba, me cayó encima. Cuando intente decirle algo, me di cuenta que la lengua se me había adormecido y no podía hablar.

Intentaba decir alguna palabra y nada, era imposible, todo era un balbuceo que lo único que hacía era causar risa en los que estaban ahí. Mire mi reloj y eran las seis y cuarenta y tres. Giré hacia la puerta y estaba ahí.
Vivi, mi vivi. Se acercó a la mesa y se sentó. Yo me trate de arreglar y también me senté. Me dijo:

— Hola —mientras yo la miraba a los ojos y los míos brillaban su máximo esplendor
— Oa — respondí

Al decir eso, la magia que había en mi mirada desapareció cual truco de mago. Recordé que tenía la lengua dormida y no podía decir absolutamente nada. Mire el relojito y eran las seis y cuarenta y tres aun. Parecía que el tiempo había decidido no andar más. De pronto ella se puso de pie y me dijo:

— ¿Has estado tomando? — mientras percibía el olor a trago
— O — fue lo único que pude decir.

El olor que salía de mi, era penetrante. Ella se dio vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta mientras sus amigos me miraban y se burlaban. Lo único que atiné a hacer fue pararme a perseguirla mientras balbuceaba tratando de explicarle lo que había pasado y alimentaba su cólera.

Abrió la puerta y salió del local, mientras yo seguía sus pasos y a la vez pasaba por un callejón oscuro de risas y burlas. Salí del local.
La alcancé bajando los tres escalones. Le traté de explicar lo que pasaba, pero mis intentos por decir palabras eran nulos. Se notaba que con cada palabra o intento de esta que salía de mi boca la iba perdiendo un poco más.

Me miró con tanta ira como nunca había visto en una mirada y se fue caminando por la vereda.
Me quede parado mirándola irse mientras sentía el viento pasar como un huracán que se llevaba mi esperanza y mi ilusión.

Ya sentía ganas de llorar pero mire la ventana y todos estaba ahí, burlándose y señalándome con el dedo. Mire mi reloj, seis y cuarenta y cinco. Me di vuelta y camine en sentido contrario a ella por la misma vereda.
Nuevamente volví a sacar el pañuelito, sólo que esta vez sequé una lágrima.

6 comentarios:

ando... dijo...

primero!!!
jajajajaja
ya parece blog famoso...
Es bastante complicado perder oportunidades por situaciones fuera de nuestro control...
pero asi es la vida, que se hace?
un abrazo

JoseLo dijo...

jajaj ctm
ya no te dejare entrar a mi jato

El perro andaluz dijo...

¡Qué tal ostra!, encima llega tarde y se achora, tsss, así no es varón.
Buena historia, me quedo con la escena del tamborileo.

JRodriguezD dijo...

Maestraso... genio de las letras. Te amo, jaa.

Elmo Nofeo dijo...

Eso amerita una borrachera de verdad.

Cleopatre dijo...

sufrimiento extremo!
parece la felicidad algo tan banal.

=(

dicen x alli que solo los pequenios detalles no?
en fin sera pue!

tkm!!!!!!