lunes, 27 de agosto de 2007

Mi querido Quetzal


Esto es solo para recordar cuan importante fue, y en mi caso sigue siendo, el quetzal para muchas personas que conozco. Ayer en la tarde vi un disco con muchas fotos, y cuando lo termine de ver, sólo salí a dar una vuelta por la sala y el comedor de mi casa, de mi quetzal, de nuestro quetzal que hoy luce deshabitado.

Ya no hay mas esas noches de conversación de primos, con un bacarat y peru cola, hablando de nada y riéndose de lo mismo, fumando un cigarro, tocando una canción e inventándole una letra a la chica que nunca nos atrevimos a hablarle.

Ya se acabaron las épocas de los fines de finales, cuando los papysh se apoderaban de este antro para dar rienda suelta a la diversión, para zapatear con algún buen huayno de doble nueve o tomar cervezas con sabor a huevo podrido cortesía de la tienda de la señora saborsh y colorsh.

No hay tardes frías que vengan a irradiar calor frente a esta computadora, que justo en estas tardes de once grados, reclama su presencia. No hay las noches viendo animalitos en la tele, asegurando que en argentina las cosas son diferentes ni esperando la excusa absurda para venir a no hacer nada.

La petisala del quinto piso, cada vez mas sola, cada vez más triste, cada vez mas llena de ropa húmeda que se seca ahí porque en los cordeles se moja con la garúa de invierno. No hay las previas con la petifamilia antes de los conciertos en cailloma, ni los cumpleaños llenos de gente bailando néctar, aguamarina o armonía 10.

El albergue quetzalito también murió, y con el todos los que alguna ves fueron bien recibidos por esta casa con nombre de pajarito.

Acabo de ver nuevamente ese disco con fotos y me sigue partiendo el alma. He puesto el 1039 de green day y me he tirado la primera clase del día. Es casi medio día y, seguramente, voy camino a tirarme la segunda clase del día.

sábado, 18 de agosto de 2007

El primer amigo que perdí

Ya han pasado veinte años desde que conocí al que durante muchos años fue el mejor amigo de mi vida. Recuerdo que en esa mesa redonda donde habían varios niños desconocidos, tal vez tan asustados como yo, estaba Guito. Desde ese primer día nos hicimos amigos.
La preparatoria se hacia mas amena conforme pasaban los días. Nunca he sido muy adicto a las clases, por lo que me imagino que en esa época, con cinco años, no le prestaba atención como hasta ahora no lo hago.
Los recreos eran simplemente para caminar y dar vueltas. A esa edad, siendo los dos los especimenes mas pequeños del salón, los demás niños no nos tenían en cuenta a la hora de jugar fútbol, cosa que a ninguno de los dos en realidad nos interesaba mucho.
Malcriados nunca fuimos, pero si los mas inquietos y distraídos. Esa era la razón eterna usada por los profesores para separarnos y sentarnos a los extremos del salón. Nos distraíamos con facilidad y en cualquier descuido ya estábamos haciendo palomilladas.
Recuerdo haber inundado el patio del colegio porque quisimos sacar una manguerita que estaba detrás del water de un baño, que me imagino necesitábamos para hacer otra travesura; o sentarnos en el techo de su casa a dispararle a las ratas que caminaban por los cables de teléfono con su carabina de aire comprimido que años después, cuando ya no éramos amigos, me enteré que lo termino hiriendo en el pie.
En esas eternas tardes de pata perro, recuerdo cuando entrábamos a Wong, y entre las mil vueltas que dábamos mirando lo que había, íbamos escondiendo en el elástico de nuestros pantalones chocolates que luego íbamos a comer al parque y estallar en hiperactividad, al menos yo.
Una de esas tardes de sobredosis de chocolate e hiperactividad al cien por ciento, insistí en regresar por más golosinas, lo cual terminó siendo una idea fatal. Ya dentro de los pasadizos y con los elásticos llenos de chocolates, nos encontramos con Augusto Ferrando, el que siempre regresaba después del comercial, y decidimos seguirlo para pedirle un autógrafo.
Tan mala fue nuestra suerte, que los chocolates comenzaron a caernos por las piernas y un astuto trabajador del supermercado se dio cuenta. Terminamos en el almacén de la tienda, haciendo una interminable cantidad de ranas, planchas y vueltas con el dedo índice pegado al piso hasta vomitar los chocolates robados, por lo que comenzamos a ir a Maxi a conseguir chocolates después de eso.
Eso ya pasaba en la última etapa de nuestra amistad, como la ves que compramos ratas blancas en el puesto de palta del mercado, que en realidad vendía cohetones por lo bajo, y reventamos la mitad de la puerta de una vecina de Guito. Serenazgo nos persiguió, pero no pudo atraparnos. Terminamos cansados y tirados en un parque.
Ese año escolar terminaría y la tutora nos odiaría. La última revisión de salones reveló nuestras aficiones por el tallado en madera, pues con la punta de nuestros compases, habíamos rallado nuestras carpetas, lo que ocasionó que el director regañe a la profesora delante de nosotros y luego ella, en venganza, nos haga pasar al frente del salón y diga delante de todos que estaba segura que repetiríamos de año.
Al final su predicción no fue tan imprecisa pues Guito, faltando 3 semanas para que acabe el año, enfermó y no pudo dar los exámenes bimestrales. Lo acompañe hasta que dio el último de sus exámenes, cuando nosotros ya estábamos de vacaciones. El día que recogió las notas recuerdo a su mamá salir molesta de la oficina de la tutora, lo llamó molesta y el regreso a decirme que tenia que irse.
El verano recién empezaba pero su cara anunciaba que para él se había terminado. Horas mas tarde me llamó y me contó que había repetido de año. Trate de ir a visitarlo pero el se negó, y cuando le decía para salir su mamá no lo dejaba. Así acabo el verano para mi y no lo vi, como si lo había hecho los anteriores veranos de mi vida.
Empezó el año escolar de nuevo y nos vimos. Los más crueles del salón decían que tenía que ir a buscar a mi marido al otro pabellón porque era un bruto. Así nos seguimos frecuentando durante algunos recreos, hasta que un día deje de ir y el dejo de buscarme.
Sabía que en adelante iba a ser más difícil ver de nuevo al que había sido mi mejor amigo durante toda mi vida. Después de eso nos vimos un par de veces más ese año, y algunas veces más hasta que terminé el colegio
Yo ingresé a la universidad y un año después el ingresó a otra. De ahí en adelante me fueron llegando algunas noticias de él por el amigo de un amigo, o por el conocido de alguno de sus amigos. Luego a mi me echaron de la universidad y terminé estudiando en la misma que él.
En la facultad nos encontramos algunas veces, como en el colegio cuando ya no estábamos en el mismo salón. No pasaba de un apretón de manos y un saludo para nuestros padres y de ahí seguíamos adelante, cada uno por su lado, cada uno con sus amigos.
Ahora el terminó la universidad y yo todavía sigo estudiando. Se invirtió lo que nos paso en el colegio, y en uno de mis trabajos tenia que hablar sobre la amistad y me di cuenta que fue el primer amigo que perdí, a pesar de estar tan cerca, o al menos en la misma ciudad, esa amistad se diluyo.
Ya después mas amigos fueron apartándose de mi lado y regándose en países tan lejanos como España, Japón o Israel; sin embargo Guito siempre será el primer amigo que perdí.

viernes, 10 de agosto de 2007

Todo acabó

Si todo hubiera estado bien
no hubiera habido porque terminar
no existe un final feliz
feliz seria no terminar
el tonto sueño que algun dia
quisimos hacer realidad
ha desaparecido hoy
encontro su pronto final
y todo .. todo .. acabó

miércoles, 8 de agosto de 2007

El unico autografo de mi vida

Estábamos casi terminando la última canción. A pesar de no ser un grupo tan conocido, la gente ese día se había portado de las mil maravillas pues todos corrieron como locos, se golpearon, saltaron, escupieron e hicieron todo lo que era posible hacer en ese mar de gente apretujada en ese obsoleto local de la tan prostituta calle cailloma.
Al terminar la última canción grité por el micrófono que al costadito del escenario estaríamos vendiendo los discos que habíamos armado tan caseramente por nuestra cuenta.
No terminaba de guardar mis cables cuando mire al lado del escenario y bonita fue la sorpresa al ver que la gente se acercaba, compraba el disco, nos felicitaban y se iban felices con su disco en la mano. A los diez minutos ya no había discos. Entre nosotros nos mirábamos sorprendidos, aunque solo habíamos llevado veinte para vender, en realidad no pensábamos venderlos todos y mucho menos ver que gente seguía pidiéndonos a pesar que ya no habían.
Nos quedamos al lado del escenario contando la plata de los discos. Todos emocionados miraban y hacían cuentas en sus cabezas sobre las botellas de ron que podríamos comprar con lo que ganamos esa noche. Finalmente repartimos lo justo para cada uno y lo respectivo para el trago. En ese instante todos desaparecieron y me quede solo, sentado en el filo de ese escenario donde ya empezaban a sonar los acordes del grupo que seguía.
Me di la vuelta y sentado miraba a lo lejos a todos los del grupo que ya se juntaban para inaugurar el ron que habíamos ganado por primera vez con el sudor de nuestra música. Cuando ya me disponía a levantarme para ir hacia ellos y saborear este glorioso momento con sabor a ron, una mano me toco el hombro.
Miré y una chica con una mirada entre tímida y vergonzosa me pedía que por favor le firmara el disco que acababa de comprar. Yo, como casi toda la vida, con mi boca abierta y casi tan nervioso como ella, agarré su lapicero y el disco, no recuerdo que fue lo que puse y se lo devolví. Ella sonrió, me dio un beso, dijo gracias y fue suficiente para que la ame. La vi irse y la amaba más cada paso, cada segundo, cada respiración.
Cuando la mirada sin interrupciones se iba llevándose mis ojos con este amor encontrado en un concierto en cailloma, apareció mi enamorada. Me dio un beso y me dijo que todos me esperaban al otro lado, que era hora de irnos. Le tome la mano y caminamos hasta donde estaban mis amigos.
Ya mientras estábamos tomando vi a mi nuevo amor salir y la perseguí, pero ya no la encontré. Ella se llevo el único autógrafo que firme en mi vida, se llevo un garabato que ni recuerdo que decía y creó en mi una gran gratitud hacia ese local en la calle cailloma, donde tocamos algunos sábados mas de ese año, pero que nunca fueron igual que ese día.

lunes, 6 de agosto de 2007

Estado de ánimo: Ritalin

Mi primo sufre del síndrome de déficit de atención e hiperactividad, lo que me hace sentirme muy identificado con él. Recuerdo que de niño, porque a los doce años todavía se es un niño, era casi imposible sentarme en una mesa a hacer los deberes del día.
Según los psicólogos que visité, que fueron varios, esto se debía en algunos casos a cierto retraso mental, cosa que fue desmentida con un 132 en mi examen de coeficiente intelectual; mientras que otros sólo recomendaban una fuerte paliza para que me ponga en orden y me deje de majaderías. Gracias Dr. Rodríguez, si el mismo que salía en el programa de la suavecita.
A veces, recuerdo con nostalgia esas tardes tan divertidas para mí; pero insoportables para Hernán, mi tutor, a quien no negaré muchas veces logre sacar de sus casillas en mis horas de supuesto estudio.
La paciencia de este personaje era inacabable a pesar de todo, pues con la finalidad de que yo terminé mis tareas, muchas veces logré convencerlo de jugar interminables series de penales en la sala de la casa, que por lo general eran interrumpidas por los gritos de mi abuela quien se quejaba por las manchas de pelotazos en su pared; o simplemente los mismos gritos nos despertaban cuando lo convencía de hacer la siesta para poder prestar atención después.
Mi madre, quien la mayoría de las veces que intentaba hacerme estudiar terminaba agotada después de tanto perseguirme, decidió que lo mejor era que Hernán se alejara de mi lado como tutor cuando un día lo encontró en una silla, amarrado con el cable de teléfono, mientras yo jugaba nintendo en mi cuarto. El le contó que yo lo había convencido de jugar a los indios y que por eso lo había amarrado, sin pensar que lo dejaría en la sala amarrado durante un par de horas.
Esa despedida no fue difícil. Mi madre nos sermoneaba a los dos en la sala para decirme que Hernán, debido a que jugaba mucho conmigo, ya no vendría mas; mientras el se metía a la boca el chicle de broma que le había invitado un rato antes.
Se fue de la casa entre risas, con su boca de color azul. Me dijo que estudie y que no me distraiga; pero yo sabría que no podría, simplemente era así.
Termino el bimestre y desaprobé siete cursos. Mi mama habló con Hernán y él regresó a jugar fútbol conmigo en la sala de la casa mientras aprobaba mis cursos.
Hoy diez años después de eso, sentado en la misma sala, veo a mi primo hiperactivo sentado en el sillón con un par de casinos en la mano. Su estado de ánimo es el resultado de una dosis de Ritalin. Esta tranquilito, me mira, sonríe y nuevamente juega con sus cartas.
Una psicóloga hace un tiempo le dijo a mi madre que la única forma que yo aprenda es jugando y no con pastillas. Al parecer a mi primo no le hace falta una dosis de Ritalin, sino de Hernán.

sábado, 4 de agosto de 2007

Adiós Mafalda

El concierto empezaría en 2 horas. Para variar logré que todos lleguen a la hora indicada por el afiche, aunque bien en el fondo sabía que los conciertos en Lima nunca empiezan a la hora indicada.
Luego de las respectivas puteadas por parte de los integrantes del grupo, pues había interrumpido partidos de fútbol, salidas con sus enamoradas o simplemente llegaron temprano por las puras; salimos del local para buscar el siempre bien recibido traguito pre-concierto.
Caminamos en manda, hicimos la chancha en manada, peleamos por la decisión sobre lo que tomaríamos en manada y por último nos fuimos hacia la calle del frente felices, sin pelear, simplemente con las ansias de empezar a tomar y rotar los vasitos que nos empilarian para dar un buen concierto.
Por lo general tocamos en sitios a los que nuestros amigos mas cercanos no suelen ir; pero ese día el concierto era en miraflores, en el conocido y recorridísimo bowling de miraflores, el eterno apañador de tiradas de pera, de debuts taquísticos, cigarrísticos y cervecísticos, el lugar donde nuestros amigos; que no eran tan amigos para perseguirnos a los olivos, cailloma o villa el salvador; si se atreverían a ir.
Dicho y hecho, no pasaron más de 20 minutos para encontrarnos rodeados de una mancha de más o menos 20 personas. La euforia de ver a algunos patas que no veíamos en tiempo, hacia que las billeteras vomiten los últimos soles que teníamos guardados para comprar más trago.
Todos conversábamos felices y todos éramos amigos. Incluso aparecieron los amigos quienes pensábamos que era imposible que algún día nos vayan a ver. Los vasitos daban vueltas cual reloj suizo, a un ritmo casi perfecto y barriendo completamente el circulo alcoholizando a todos y cada uno de los participantes de la fiesta pre-concierto.
Cuando ya faltaba poco para el comienzo del concierto, el organizador cruzó la pista y nos pidió que por favor bajáramos al local porque la policía, que ya rondaba desde hace unos minutos, lo había amenazado con cancelar el concierto si es que al frente seguían “libando alcohol en la vía publica”, esa tan conocida frase usada por los policías a las afueras de los conciertos limeños.
Nos organizamos y emprendimos la caminata al local. A pesar de no ser más de 20, el laberinto parecía el de una procesión. Siempre con el trago la gente sube los decibeles de la voz, comienzan a gritar, a hacer escándalo, a pararse en medio de las pistas y bajarse el pantalón para que los autos paren de repente, etc., y algunos de los muchachos ya estaban en ese nivel.
Cuando llegamos al local, los del grupo recogimos nuestros instrumentos y nos fuimos cerca del escenario a cobrar nuestra recompensa por tocar, que era una deliciosa y refrescante caja de cerveza; mientras nuestros amigos se iban repartiendo en las mesas y haciendo alboroto lejos de nosotros.
Del concierto recuerdo poco, no tengo ni la menor idea de las canciones que tocamos, ni si sonó bien o mal. Al terminar el concierto, bajamos y seguimos tomando con nuestros amigos, la fiesta interminable del alcohol, a la cual le faltaba un final infeliz, porque no todas las fiestas tienen un final feliz.
Al salir del local, pues nos dirigíamos a seguir “libando alcohol en la vía publica”, un amigo tan sano cual cura de iglesia se ofreció a llevarse mi guitarra para que no me estorbe, a lo que respondí que no, que nadie me separaría de mi querida Mafalda, y que no me estorbaba, que mas bien me acompañaba.
Terminada la discusión, un grupo se fue a sus casas y otro grupo nos fuimos a seguir buscando una tienda donde vendan trago. Caminamos bastantes kilómetros hasta encontrar un grifo donde encontramos por fin algo que tomar.
La policía nos botó de varias esquinas, pero nosotros fieles a nuestra botella seguimos caminando y parando en diferentes esquinas, pues al final, en lima esquinas sobran.
Terminamos tomando en el paradero de la vía del medio de la Vía Expresa, abajo donde pasan los micros gigantes y amarillos, y donde alguna ves pasaron los gusanitos tan divertidos.
La noche avanzaba, las botellas se iban acabando, levantamos a los dormidos y caminamos un rato por ahí hasta poder tomar un taxi que nos lleve a nuestros destinos.
La ruta en el taxi se hizo larga. Uno a uno fuimos dejando a todos en su casa y finalmente nos dirigíamos a la mía, cansadísimo, borrachísimo, esperando solo llegar a mi cama para dormir mil horas.
Entre sin hacer mucho ruido a mi casa. Camine despacito por el pasadizo frente al cuarto de mis padres, llegue a mi habitación y sin cambiarme me metí a la cama.
A las once de la mañana desperté. Mientras estaba sentado en mi cama metí las manos en mis bolsillos porque hacia un poco de frío. En uno de los bolsillos encontré una carta.
Trate de recordar de quien podría ser hasta que lo recordé. Una amiga me la había dado porque otra amiga en común, que se fue de viaje hace mucho, se la mando a ella por que no recordaba mi dirección.
Empecé a leerla emocionado. Empezó con la típica de contarme su nueva vida, de darme su dirección para que le escriba y terminaba con un montón de preguntas, entre ellas, una sobre mi guitarra, mi tan querida y preciada Mafalda.
Al leer esa pregunta sentí un escalofrió. Me levante y trate de salir de mi cuarto pero me caí, fue cuando me di cuenta que todavía seguía borracho. Camine rápidamente hasta la sala y busqué en el mueble donde siempre dejaba mi guitarra pero no la encontré.
En ese momento el escalofrió se convirtió en una tembladera incontrolable. Recorrí todos los rincones de mi casa buscando a mi Mafalda. Busqué hasta en lugares que eran casi estúpidos como adentro de la chimenea, la ducha del baño de visita o sacando tierra de la maceta. Cabe tener en cuenta que como dije hace rato, seguía borracho.
Ya cuando me estaba dando por vencido salio mi madre de su cuarto. Me encontró llorando sentado en el piso de la sala. Se alarmo porque pensó que había pasado algo grave y se acerco corriendo a mí. Me abrazo y rápidamente me soltó porque el olor a trago era insoportable. Me preguntaba por que lloraba y yo no respondía, estaba seguro que se molestaría.
Me volteé a mirarla y le dije: “Deje a Mafalda en el taxi”. En ese momento empezó a gritar y maldecir por mi irresponsabilidad, o bueno, al menos yo creo que era eso sobre lo que gritaba por que en realidad no entendía nada, la borrachera se me iba desapareciendo de a poquitos y me senté a llorar en la escalera de entrada de la casa. Lloré y lloré hasta que me dormí.
Me desperté como a las tres de la tarde. Llamé a mis amigos para ver si es que alguien de casualidad se había llevado mi guitarra, pero bien en el fondo sabía que la había dejado en el taxi. Baje a la esquina de mi casa y me quede sentado en la vereda, esperando que el taxista regrese y me devuelva mi guitarra.
Anocheció y llego el guachimán. Se sentó a mi lado y me acompaño hasta la media noche. A esa hora me dijo: “Cholito, ya anda a tu casa, si es que el taxista aparece yo le pido tu guitarra y te toco el timbre”. Decidí creerle en ese momento, aunque sabia que nunca regresaría. Mientras subía las escaleras llore un poquito de nuevo.
A la mañana siguiente baje con una ligera esperanza de que el guachimán tenga mi guitarra, pero nada. Aun ahora después de algunos meses, paso por la caseta del guachimán mirando si adentro esta mi guitarra que el taxista vino a devolver cuando salí de mi casa.