viernes, 24 de abril de 2009

LAS SINRAZONES DE UNA MADRE



Nunca he sido tranquilo, lo acepto. Siempre he sufrido una especie de culebritis aguda a causa de la hiperactividad que me tiene saltando, hablando, mirando y haciendo mil cosas a la vez, a veces, sin tener control sobre mí.



Recuerdo haber tenido mil tutores a los que enloquecía uno tras otro sin tener la mayor consideración en ellos. La mayoría huía luego de haber sido amarrados en una silla con un cable de teléfono o después de haberme dictado una clase entera con la boca azul a causa de un chicle broma.



En esas épocas, mientras el terrorismo estaba de moda en esta ciudad, yo tenía una forma propia de conseguir mis atentados terroristas anti-estudios contra mis tutores.



Mamá, que trabajaba todo el día, por lo general llegaba en las tardes a escuchar las quejas que le daba mi abuela, quien a manera de recorrido turístico, le iba mostrando las manchas de la pelota en la pared de la sala, los agujeros que hacía en el jardín de su casa o algún plato o vaso roto que había sido mi victima ese día.



Recuerdo las mil veces que mi madre llegaba y se sentía, por mi culpa, mas estresada que en el trabajo; sin embargo agradezco su inmensa paciencia al tratarme bien y muchas veces hacer caso omiso a las quejas de mi abuela para llevarme a mi cuarto y hablar conmigo, contarme algún cuento o simplemente comenzar a revisar mis tareas para que las haga, cosa que no lograban hacer mis tutores a los que siempre, de alguna manera, convencía para jugar fútbol en la sala antes que mi abuela los corra.



Cuando mi mamá llegaba a la casa era el momento más feliz del día. Era en ese momento cuando en realidad me sentía a gusto, Edipo que le dicen, pero era la verdad, pues yo, a pesar de en muchos casos ser un ser extremadamente estresante, era tratado con la mayor paciencia del mundo por ella.



Recuerdo que llegaba y luego de revisar si había hecho o no mis tareas, en épocas de examen grababa en un caset la lección del curso que me tocaba al día siguiente, pues ella era la única que sabía que yo aprendía cuando escuchaba lo que me decían, no leyendo, no repitiendo, sólo escuchando.



El reloj comenzaba a acercarse a las nueve de la noche y yo ya sabía que ella se iría, pues por los problemas de terrorismo, siempre salía con mi papá a recoger a mi tío del trabajo, y es en esos momentos que empezaba uno de los momentos más tristes del día, cuando tenía que separarme de ella.



Recuerdo haberme quedado mil y una noches, como los cuentos, escuchando mil veces en la ventana de la entrada el caset que mi mamá había grabado, no por aprender la lección, sino porque escuchaba su voz y la extrañaba, mientras algunas lagrimitas caían por mis mejillas.



Sentado en el mueble, esperándola, me quedaba dormido. Cuando ella llegaba, me cargaba y me llevaba a mi cuarto, me quitaba la grabadora de la mano y me tapaba mientras yo balbuceaba algo. Luego me tapaba los pies y yo me los descubría. Ella insistía en tapármelos diciendo: “tápate los pies, que sino en la noche te los van a jalar”



Hoy, 20 años después, no puedo dormir sin medias ni con los pies destapados, pues los días en que lo hago, tengo una horrible pesadilla en la que recuerdo esas terribles noches en que lloraba en la ventana de la casa, escuchando un caset con la lección y la voz de mi mamá, mientas algunas lagrimitas caen por mis mejillas.