viernes, 25 de enero de 2008

Litro 7

40 minutos mas tarde, tan tarde, y sin embargo no es tan tarde para esperarte, pues cuando se trata de ti, el reloj no avanza, no alcanza, se amansa, no hay tiempo, no hay impaciencia y del diccionario se borra la palabra calendario.
Esta esquina en noche de enero, tiene los mas bellos colores, veo turquesas, incendios y primaveras, son lindos tus ojo aunque no me miras, mirando otros matorrales, inciertos desiertos, inertes, inherentes, aunque no sepa que signifique.
La maternal lasaña del domingo, un plan infinito, una América recorrida, en bus o en auto de estación, estación sin sabor, olor a licor, “home run” del hombre sin brazos, abrazos del padre que vive a una cuadra.
El humo del cigarro, el cielo en un día perfecto, casi sin defecto, el fruto prohibido, sin fértil camino mas que una canción.
El relato, el espíritu calato, la sobra de la mano, un perro amigo y esta canción.

martes, 22 de enero de 2008

Hoy día robé

Beto era el primogénito de una familia acomodada. Nunca le faltó nada, aunque tampoco le sobró. Había terminado la universidad hace apenas un mes y medio, lo que lo hizo entusiasmarse para salir a las calles de esta selva de cemento a enfrentarla y buscar la forma de ganarse la vida.

El primer mes se la paso buscando trabajo. Siempre había pensado que con un titulo universitario de la mejor universidad particular de su país encontraría trabajo en un abrir y cerrar de ojos; sin embargo, la vida lo hizo ver la dura realidad mientras a diario regaba currículos por decenas de oficinas de esta gris ciudad.

Todo el dinero que había juntado durante su ultimo ciclo de universidad, en el que estuvo practicando en una empresa, se le estaba acabando y aun no lograba conseguir un empleo, ni siquiera uno momentáneo que lo saque de los apuros económicos, que aun no sufría, pero que estaba seguro en unos días ya empezaría a sufrir.

Todas las mañana, Beto salía muy temprano de su casa, se despedía de su madre con un beso en la frente y salía con la sonrisa mas grande del mundo para que ella no sospeche nada sobre la gran frustración que ya andaba sintiendo. Apenas ponía un pie en la calle, nuevamente la molestia y el desencanto que por un mes lo acompañaban se alojaba en la expresión de su rostro.

Las últimas dos semanas ya estaba entrando en crisis. De tanto gastar en impresiones para su currículo y pasajes de un lado para otro, ya se estaba quedando absolutamente en la miseria. Su humor siempre alegre y jovial había cambiado hasta convertirlo en un viejo renegón a su corta edad. La gran ilusión con que dejo la universidad para seguir con el siguiente paso en la vida, que para el era conseguir un buen trabajo, se estaba yendo por las alcantarillas de su siempre querida ciudad.

Durante los últimos días, su presupuesto se acortó de tal manera que ya no podía ir a sus entrevistas en taxi, ni sentarse en algún café a tomarse algo mientras esperaba la hora para otra entrevista. Su situación era crítica. Comenzó a salir de su casa sin despedirse y hasta sin arreglarse como lo hacia los primeros días de su búsqueda, hace ya un mes y medio.

Hasta que llegó el día en que salió de su casa y sólo tenia un sol en su billetera. Era tan orgulloso que no se le pasaba por la mente pedirle algún sol prestado a su madre, no quería sentir la “humillación” de tener que hacer eso. Con el único sol que lo alumbraba, decidió ir a una entrevista más de las miles a las que ya había ido.

Al salir de la entrevista se sintió nuevamente como después de todas las que ya habia pasado. Sabia que era posible que no lo contraten y sentado en la banca de un parque lagrimeo un poco.

Durante una hora vio pasar a los vagabundos pidiendo limosna y se preguntaba si quizás ese era su futuro. Cuando sintió hambre quiso regresar a su casa; sin embargo recordó que no tenia nada de dinero. Caminó por un rato, paso por un puesto de agachados y respiró tan fuerte como pudo, tan fuerte como si pudiera llenarse con el olor, como si ese olor al entrar a su cuerpo se convirtiera en un bocado que pudiera masticar y saciar su hambre.

Sintió la frustración más grande de las últimas semanas. Se sentó en una banca del parque cerca al puesto y sus ojos se llenaron de lágrimas. A su lado se sentó un señor que le comenzó a hablar. Le contaba que era ingeniero electrónico y que tenía un master en una universidad de estados unidos, mientras Beto abría la carpeta y le mostraba su diploma de graduado con honores. Rieron un rato hasta que el señor se levanto y dijo que tenía que regresar al trabajo.

Beto lo vio irse y mientras lo veía caminar, pensaba en la gran oficina que debería tener ese señor, el gran carro que debía manejar y se llenaba de esperanza hasta que lo vio llegar a su trabajo. El señor se metió a un Tico amarillo, levanto un cartel de Taxi, lo pegó en la luna delantera y se dispuso a arrancar la jornada del día.
La mirada de Beto escribía desesperanza a donde miraba. Decidió ir a su casa, subirse a un micro y cuando le cobren, decir que no tenia dinero y bajar, y hacer lo mismo hasta estar lo suficientemente cerca de casa como para caminar, o si es que tenia suerte, que lo dejen en su casa.

Subió al micro y se sentó atrás. Sentado, vio como subió un chico, bolsiqueo a varias personas y se bajo sin obtener mas que unas monedas sueltas de la casaca de una señora que viajaba durmiendo.

Entró en cólera pero no dijo nada. Abrió su carpeta y vio su diploma que sarcásticamente tenia en letras gigantes “Graduado con Honores”. La rabia de ver eso escrito en ese pedazo de cartón, lo encolerizó más que ver al ladrón. Por un momento pensó y comenzó a comprender porque el chico había subido y robado. Pensó en la falta de oportunidad que existía en su país, pensó en lo injusta que era la vida con él, con el taxista con el que habló en el parque y con todas las quien sabe cuantas historias parecidas a la de él que habrían dando vueltas por ahí.

Nuevamente sus ojos se llenaron de lágrimas. Se tapo con la carpeta y se limpió muy rápido. Cuando se volvió a mirar hacia el cobrador, este había empezado a cobrar los pasajes en la parte de adelante, lo que significaba que cuando lleguen a donde esta él, tendría que bajarse fingiendo haber perdido su billetera en ese momento.
Bajo la mirada para que cuando el cobrador llegué no tenga que mirarlo a los ojos y vio algo que no esperaba. El señor que placidamente dormía en el asiento de adelante, tenia la billetera casi afuera del bolsillo de la casaca. Beto rápidamente miró que todos a su alrededor no estaban atentos a ese detalle, para estirar la mano y sacar la billetera.

Cuando la tuvo en su poder, sacó un sol y la metió en su pantalón, dentro del calzoncillo, donde estaba seguro que nadie buscaría y nuevamente sintió un poco de tranquilidad, aunque era una sensación agridulce, pues sabia que había robado.

Vio con lágrimas en los ojos como el cobrador sacó al viejito a empujones del micro, mientras lo empujaba, el anciano rogaba que alguien le preste un sol para su pasaje y era completamente ignorado. Beto se quedo callado. El micro avanzo y el viejo lloraba en el paradero donde lo habían dejado, y mientras se alejaba el micro, rebuscaba sus bolsillos con la leve esperanza de encontrar su billetera.

Beto corrió del paradero a su casa. Nunca pensó llegar a hacer esas cosas, nunca pensó en tener que robar, en tener que dejar que golpeen a un anciano por su culpa. Entro a su casa, cerró la puerta y se sentó en el suelo a llorar.

Caminó a la computadora, la prendió y abrió su blog. Puso de titulo: “Hoy día robé” y llorando, comenzó a escribir.

miércoles, 16 de enero de 2008

El silencio y la radio: Un momento de soledad en Buenos Aires.

Después de días de dejarme guiar por mi hermana, aproveche que ya no podía dejar pasar mas sus deberes, para por fin darme el lujo de perderme en la ciudad, tal cual me gusta, sin rumbo, sin un destino, solo caminar y ver que hay al pasar cada esquina.

Ya estaba atardeciendo y caminaba por una calle donde las caras no eran tan amistosas como en el resto de la ciudad. Mi mochila, trepada en mi espalda y exhausta por cargar todo lo que había ido recolectando durante el día, pedía a gritos un descanso. Esa había sido la última parada del día. Busqué al trompetista de un grupo que me gustaba para comprar los dos discos que tenían y no había encontrado en galería alguna.

Mientras caminaba de salida de su casa, no me había percatado lo tarde que era, tan tarde que ya casi anochecía, tan tarde que ya hacia frío, tan tarde que los ladrones parecían seguir mis pasos con unos ojos que sentía que ya me robaban. Subí al primer taxi que se cruzó por mi camino.

Desde dentro del taxi miraba la ciudad, respiraba el aire frío que se colaba por la ventana, sonreía mientras sentía los discos en mi mano, ansiaba escucharlos, ansiaba ver todo lo que tenia en mi mochila, ansiaba bajarme del taxi y correr al cuarto a ver todo lo que tenia. El auto se detuvo, pague los doce pesos y bajé.
Me estire y no aguante llegar a mi cuarto para ver todo lo que tenia. Me senté en esa esquina de Riva algo y la calle con nombre de papita y abrí la mochila.

Frente a mis ojos pasaron todos los objetos que tenia y junto con ellos flashes de todos los lugares que había visitado en el día. De la mochila salieron los pines de don Ramones, Alejo y Valentina, el morralito de Carlitox y en mi mente pasaban las horas que pase caminando en Bond Street, entre tanto raro, entre tanto freak, entre tantos chicos con cresta y chicas con pelos de colores.

Luego salio el efecto que compre para mi guitarra y automáticamente me vino a la cabeza Abbey Road, las veinte cuadras que camine en contra y todo el camino de regreso porque no sabía para donde estaba caminando. Paso por mi mente esas cinco cuadras llenas de guitarras y la emoción casi orgásmica que sentía al probar cada una de las que veía.

Salieron mis mini corbatas ska, la servilleta de las empanadas del tio nixon y los flashes seguían con los carteles de los nombres de las avenidas que ya no puedo recordar ahora.

La sonrisa en mi cara parecía no tener la mínima intención de marcharse. Yo, sentado en el piso y con todas las cosas tiradas a mi alrededor entre la vereda y la pista, levante la cabeza sonriendo aun.

Fue en ese preciso momento en que, sin encontrar un motivo aun, mi sonrisa comenzó a desaparecer, mi felicidad interna también, mis ganas de enseñarle a alguien todo lo que tenia en esos momentos tirado entre la vereda y la pista fueron consumidas por un leve sentimiento de soledad.

Mire a mi alrededor y estaba tirado en la esquina esa, cual pordiosero, cual reciclador con sus cachivaches del día, cual hijo único con cuarto de juguetes lleno, pero sin alguien con quien jugar. Me sentí solo. Mire a todos lados y despacio fui guardando todo en mi mochila, sin emocionarme al ver lo que tenia.

Me pare y vi el cartel de las calle. Decía Pringues con Rivadavia. Mire hacia atrás y vi las luces del grifo encendidas y camine hacia alla a paso lento, arrastrando las suelas de las zapatillas, tropezándome con los ánimos que momentos antes me hacían sonreír, que me hacían recordar los pasos del día, que me hacían no pensar en lo solo que me encontraba en esa, en ese momento, lejana ciudad.

En la tienda del grifo compre dos botellitas de cerveza, las guarde en mi mochila y nuevamente camine hacia la esquina de la soledad. Mire el cartel y decía Pringles con Rivadavia. Saqué las cervezas y las destapé. Ya comenzaba a hacer frió.

Mira hacia todos lados y deje una de las botellas abierta en esa esquina. Luego con la mía la choque y le dije: “salud”

Me di vuelta y comencé a caminar hacia la casa ya sin la emoción de hace rato. Escuche un pequeño murmullo y en ese preciso momento me di cuenta que mi radio estaba prendida. Fue en ese momento que el silencio sonaba más que la radio. La apagué y seguí caminando, esperando que la soledad aparezca de nuevo, pero me ignore esta vez.