domingo, 3 de febrero de 2008

¿Te acuerdas de mí?

Estoy apunto de llegar y ya voy sintiendo ese ambiente casi festivo que se vive en la casa de mi abuela cada veinticuatro de junio. La puerta de la cochera esta abierta y los primos menores corren incontrolables hacia el parque mientras mis tías tratan de perseguirlos para abrigarlos o gritarlos para que no se ensucien.

Dos pasos adentro de la casa y el olor a juanes es completamente tentador. Empieza la rutina de llegar a una casa llena de tíos y tías que no ves muy seguido, y a los que tienes que darles un pequeño resumen de cómo te ha ido en tu vida durante el último año en que no te vieron.

Tener que ir contando repetidas veces lo mismo hace que el camino a través de la cochera, la sala y el comedor para llegar a la cocina sea completamente tedioso; sin tener en cuenta que durante esa travesía, te llevas un par de jalones de cachetes de las tías, un par de puñetes de algún primito insoportable o terminas haciendo de mozo y llevando los platos sucios a la cocina.

Ya en la cocina, por fin pude saludar a mi abuela. Después del saludo y de servirme mi juane especial libre de aceitunas, me cuenta que su mamá, mi bisabuela, estaba en el jardín y que valla a verla.

Salí al jardín y ahí estaba ella. Sentadita en una silla con su gorrito de lana, con su carita arrugada y pelando, como siempre hace, uno por uno los choclos que iba a comer. Caminé despacio y me senté frente a ella.
La mire y sonreí, pero ella me devolvió una mirada desconfiada y dejó de pelar sus choclos para coger fuertemente su plato. No le hice mucho caso y seguí comiendo, pero ella no dejaba de mirarme y seguía cogiendo fuertemente el plato, como si esperara que en algún momento yo me fuera a levantar y arranchárselo de las manos.

Sentía la tensión en su mirada hasta que entró mi abuela y se sentó a su lado a comer. Mi bisabuela, que no dejaba de mirarme, se acerco a mi abuela y le dijo al oído: “Hijita, ese hombre ha venido acá y no deja de mirarme, creo que se quiere robar mis choclos”. Al escuchar esto, ambos estallamos en risas, y empezamos a explicarle que yo no era un ratero, sino que era su bisnieto y que había venido a acompañarla para que no coma sola. Ella, aun con desconfianza, me miro por largos minutos hasta que le pregunte: “Abue, ¿te acuerdas de mi?”, a lo que ella con una sonrisa respondió: “Claro, eres guitarrista, cantor y chupacaña”. Al escuchar esto, nuevamente reímos, pero esta vez ya no había esa desconfianza en su mirada.

Luego de eso, nuestro almuerzo se hizo más llevadero. Conversamos de las veces que la visitaba en Pucallpa y se trepaba en los árboles para rodar los mangos por el techo de la casa, mangos que la cocinera nunca pudo atrapar y terminaban reventados en el piso; o de las veces que con mi abuela le robábamos la olla de chicharrones para comérnosla escondidos en algún cuarto.

La vi reír varias veces mientras comía sus choclos, mientras entraban tíos y tías a saludarla y ella, sin saber quienes eran, saludaba también. La vi divertirse y me divertí yo también.

Cuando ya empezaba a anochecer, mi abuela dijo que me quede un rato con ella, porque ya tenía que preparar su maleta para llevarla nuevamente a su casa. Mientras mi abuela preparaba la maleta de mi bisabuela, los dos seguimos conversando de sus hijos, de que esperaba que ya le de su tataranieto, de que ya iba a regresar su hijo, que ya murió hace un par de años, pero que ya no se da cuenta. Conversamos de todo y de nada a la vez, se reía de cualquier cosa y eso me hacia reír a mi también.

En ese momento se acercó mi papá y me dijo que ya era hora, que iba a traer el carro para llevar a la abuelita a su casa. Me quede con ella por unos minutos mas y le volvi a preguntar: “Abue, ¿te acuerdas de mi?”, y ella me respondió sonriendo: “Claro hijito, claro pajarito”.

En ese momento me emocioné y por un momento pensé que de verdad me recordaba, pues toda la vida, incluso desde antes de tener alzheimer, me había dicho pajarito. Sonreí y la abracé, justo cuando todos mis tíos, tías, primos y primas, empezaron a acercarse para despedirse. Sentado junto a mi bisabuela, vi como se despedía de todos y cada uno de ellos diciéndoles también “pajarito”; y en ese momento recordé que le “pajarito” no era un apodo de cariño hacia mi, sino que se lo decía a todo el mundo. Igual me quede sonriendo.

La acompañe hasta el carro y la ayudé a entrar. Mientras mi papá cerraba la puerta de la cochera y mi abuela venía con la maleta, le volví a preguntar: “Abue, ¿te acuerdas de mi?”, y ella respondió de nuevo con un claro; pero esta ves, vino acompañado de dos palabras mas: “claro, claro josecito”

5 comentarios:

JRodriguezD dijo...

grandmas rock !

Unknown dijo...

Jajaja...José.es ciertooo??...Ay!..ke graciosos tú siempre con las historias de tu abuelitaaaa...creo ke siempre hay una nuevaaa...:) ke divertidoo!!...además me gusta como llevas todo con el chiste...chau pajarito!...

Unknown dijo...

Jajaja...José.es ciertooo??...Ay!..ke graciosos tú siempre con las historias de tu abuelitaaaa...creo ke siempre hay una nuevaaa...:) ke divertidoo!!...además me gusta como llevas todo con el chiste...chau pajarito!...

natalia dijo...

jose, creo que ese es el mejor de todos.

isabel dijo...

oye, a mí me decía pajarito.