miércoles, 16 de enero de 2008

El silencio y la radio: Un momento de soledad en Buenos Aires.

Después de días de dejarme guiar por mi hermana, aproveche que ya no podía dejar pasar mas sus deberes, para por fin darme el lujo de perderme en la ciudad, tal cual me gusta, sin rumbo, sin un destino, solo caminar y ver que hay al pasar cada esquina.

Ya estaba atardeciendo y caminaba por una calle donde las caras no eran tan amistosas como en el resto de la ciudad. Mi mochila, trepada en mi espalda y exhausta por cargar todo lo que había ido recolectando durante el día, pedía a gritos un descanso. Esa había sido la última parada del día. Busqué al trompetista de un grupo que me gustaba para comprar los dos discos que tenían y no había encontrado en galería alguna.

Mientras caminaba de salida de su casa, no me había percatado lo tarde que era, tan tarde que ya casi anochecía, tan tarde que ya hacia frío, tan tarde que los ladrones parecían seguir mis pasos con unos ojos que sentía que ya me robaban. Subí al primer taxi que se cruzó por mi camino.

Desde dentro del taxi miraba la ciudad, respiraba el aire frío que se colaba por la ventana, sonreía mientras sentía los discos en mi mano, ansiaba escucharlos, ansiaba ver todo lo que tenia en mi mochila, ansiaba bajarme del taxi y correr al cuarto a ver todo lo que tenia. El auto se detuvo, pague los doce pesos y bajé.
Me estire y no aguante llegar a mi cuarto para ver todo lo que tenia. Me senté en esa esquina de Riva algo y la calle con nombre de papita y abrí la mochila.

Frente a mis ojos pasaron todos los objetos que tenia y junto con ellos flashes de todos los lugares que había visitado en el día. De la mochila salieron los pines de don Ramones, Alejo y Valentina, el morralito de Carlitox y en mi mente pasaban las horas que pase caminando en Bond Street, entre tanto raro, entre tanto freak, entre tantos chicos con cresta y chicas con pelos de colores.

Luego salio el efecto que compre para mi guitarra y automáticamente me vino a la cabeza Abbey Road, las veinte cuadras que camine en contra y todo el camino de regreso porque no sabía para donde estaba caminando. Paso por mi mente esas cinco cuadras llenas de guitarras y la emoción casi orgásmica que sentía al probar cada una de las que veía.

Salieron mis mini corbatas ska, la servilleta de las empanadas del tio nixon y los flashes seguían con los carteles de los nombres de las avenidas que ya no puedo recordar ahora.

La sonrisa en mi cara parecía no tener la mínima intención de marcharse. Yo, sentado en el piso y con todas las cosas tiradas a mi alrededor entre la vereda y la pista, levante la cabeza sonriendo aun.

Fue en ese preciso momento en que, sin encontrar un motivo aun, mi sonrisa comenzó a desaparecer, mi felicidad interna también, mis ganas de enseñarle a alguien todo lo que tenia en esos momentos tirado entre la vereda y la pista fueron consumidas por un leve sentimiento de soledad.

Mire a mi alrededor y estaba tirado en la esquina esa, cual pordiosero, cual reciclador con sus cachivaches del día, cual hijo único con cuarto de juguetes lleno, pero sin alguien con quien jugar. Me sentí solo. Mire a todos lados y despacio fui guardando todo en mi mochila, sin emocionarme al ver lo que tenia.

Me pare y vi el cartel de las calle. Decía Pringues con Rivadavia. Mire hacia atrás y vi las luces del grifo encendidas y camine hacia alla a paso lento, arrastrando las suelas de las zapatillas, tropezándome con los ánimos que momentos antes me hacían sonreír, que me hacían recordar los pasos del día, que me hacían no pensar en lo solo que me encontraba en esa, en ese momento, lejana ciudad.

En la tienda del grifo compre dos botellitas de cerveza, las guarde en mi mochila y nuevamente camine hacia la esquina de la soledad. Mire el cartel y decía Pringles con Rivadavia. Saqué las cervezas y las destapé. Ya comenzaba a hacer frió.

Mira hacia todos lados y deje una de las botellas abierta en esa esquina. Luego con la mía la choque y le dije: “salud”

Me di vuelta y comencé a caminar hacia la casa ya sin la emoción de hace rato. Escuche un pequeño murmullo y en ese preciso momento me di cuenta que mi radio estaba prendida. Fue en ese momento que el silencio sonaba más que la radio. La apagué y seguí caminando, esperando que la soledad aparezca de nuevo, pero me ignore esta vez.

2 comentarios:

Manuel Diaz Ibañez dijo...

Nunca me sentí mas triste que en Buenos Aires

Nunca domine el morderle el paso a una ex, nunca dormí cuando debí, y llame a la puerta equivocada equivocadamente.

Será que aquí no conozco a nadie, no les importa verme llorar por la calles, tengo las mangas mojadas, inagotables, sin querer, queriendo, queriendo llorar, a mares, debería llover, debería llover, sin querer pensar… En esta ocasión no hay canción, lo supe tarde, hubiera sido una gran canción... Lo supe tarde, Regresando a Lima en el avión, que hermosa pasta de este libro de 12 pesos, MOLESTO Y TRISTE NUNCA SE ME OCURRE NADA...(Jorge Luís Borges)

JRodriguezD dijo...

Salud, mi tanke.

Salud, soledad.