domingo, 9 de diciembre de 2007

Nunca te mueras

Decir que los ánimos estaban mejores era sumamente tonto, pero siendo tonto, en apariencia lo estaban.
Estar en el velorio de mi abuelo era algo que en realidad para mi era increíble. No terminaba de entender como ese señor que apenas dos días antes estaba bailando en el cumpleaños de su esposa, estaba echado en ese cajón, con un semblante de tranquilidad y paz infinita, como si estuviera durmiendo, como si estuviera esperando que comience a golpear la puerta de la cochera con la pelota para salir por su ventana y gritarnos que nos vayamos a jugar futbol al parque.

Mis ojos aun estaban rojos. Esa noche no pude dormir recordando tantas cosas que pase con mi abuelo, tantas vueltas por el perejil para ir a comprar churros y comerlos antes de regresar a la casa para no invitar a nadie, tantas historias, tantas. Miraba para un lado y solo podía ver a mis tías abrazadas, llorando, de negro, tristes, de negro, inconsolables, de negro.

Recuerdo que no me quise acercar a ellas porque estaba seguro que me sentiría peor, me sentiría muy mal, es mas, de repente empezaría a llorar en ese momento, cosa que no quería hacer porque supuestamente tenia que estar tranquilo por ellas, por mi abuela, por mi papá, aunque la procesión valla por dentro.

Me acerque al cajón por última vez. Aun recuerdo claramente ese olor tan característico que tenia, que por no incomodar o no se por que, nunca me atreví a preguntar que era; sin embargo, lo he sentido en otras ocasiones después. Ya no quería ver más su rostro, no quería saber que no se iba a despertar más. Decidí salir.

Saliendo vi a mi papá parado en la puerta, recibiendo saludos de sus amigos, de muchos conocidos, de mas gente triste que nunca estaría tan triste como él en esos momentos, pero que parecían algo acongojados. Espere que terminen de saludarlo y cuando me iba a dirigir hacia él comenzó a caminar sin rumbo.

Parado en la puerta del velatorio, lo vi prender un cigarro, sacarse los lentes oscuros, limpiarse los ojos con su pañuelo y seguir fumando con la mirada perdida, con la vida ida, con las ganas tan por los suelos que en sus torpes pasos del momento parecía tropezarse con ellas.

En ese momento fue cuando a cierta medida descubrí un poco cual podría ser la verdadera magnitud de lo que él estaba sintiendo. Si bien mi abuelo había muerto y me sentía muy triste por eso, no se comparaba al sentimiento que acababa de descubrir al ver a mi padre llorando. Al ver llorar a ese señor que toda la vida fue tan fuerte y sólo se comparaba con los superhéroes de la televisión, me entró un escalofrío que nunca olvidare.

Caminó hacia debajo de un puente que estaba cerca y lo seguí. Cuando estuve cerca de él, boto su cigarro, nuevamente levanto los lentes que le tapaban los ojos rojos y los limpio con su pañuelo. Se colocó nuevamente los lentes y fue ahí cuando se dio cuenta que estaba a su lado.

Recuerdo que lo abrace muy fuerte y él lo hizo también. Mi cabeza, que en ese entonces apenas llegaba a su pecho, no entendía, no entendió ni quería entender que pasaba. Me separe un poco para mirarlo y trato es esbozar una sonrisa, de gratitud, de cariño, no se de que. Lo abrace de nuevo y le dije: “nunca te mueras”; y el me abrazó mas fuerte aun respondiendo: “no lo haré”.

No recuerdo cuanto tiempo mas estuvimos abrazados, dos, diez o mil minutos más. Solo recuerdo que luego de eso caminamos al velatorio y en mi cabeza prefería creer que ese “no lo haré” seria cierto y que nunca te morirías, en ese momento necesitaba sentirlo así.

Hoy, mas de diez años después de eso, todavía recuerdo esas palabras y cada vez que te abrazo, cuando ahora es tu cabeza la que apenas me llega al pecho, sonrío siempre teniendo la leve esperanza que esa promesa se cumplirá y que nunca te morirás.

1 comentario:

JRodriguezD dijo...

Muy chevere, muy tierno.