martes, 9 de octubre de 2007

JARG 26*02*96

Ya después de unos años tocando en conciertos, me puse a tratar de recordar cual fue el primero. Mire los volantitos que fervientemente guardo en mi caja de recuerdos y encontré el primero, el afiche en blanco y negro, esa fotocopia del día en que por primera vez me subí a un escenario a cantar una canción.

Aquel lejano cinco de octubre del dos mil dos fue el día. Al menos para mí, esa fecha la tenia clara hasta que ayer, escuchando una conversación ajena, descubrí que en realidad ese no había sido mi primer concierto.

Las historias de mis tías me mandaron al lejano dos de febrero del noventa y seis. Era el cumpleaños de mi primo y con mi caset nuevo de Green Day, daríamos el primer concierto de nuestras vidas.

Las guitarras eran unas paletas de frontón al revés, las cuerdas unos pedazos de lana que robamos de la maquina de tejer de nuestra abuela y por ultimo, la batería eran todas las bateas que encontramos en la casa, acompañadas por los palitos de tejer de una de nuestras tías para que sean las baquetas.

Recuerdo ahora bien, que nos paramos en la puerta de la casa y cobramos entrada, que nuestros tíos, entre gruñidos y sonrisas pagaron. Cuando teníamos todas las localidades vendidas, ósea la cochera llena de gente que venia a saludar a mi primo y que encima les cobramos para entrar, prendimos el tocacaset con el bendito Dookie de Green Day y empezó el concierto.

Recuerdo que a la primera canción todos aplaudieron porque no les quedaba otra, ya los habíamos atrapado a todos en la cochera. La segunda también la aplaudieron, pero a partir de la tercera, ya las caras eran de un aburrimiento total.

Mis dos primos y yo seguimos tocando en nuestro concierto durante todo el lado A del caset, que tenia si mal no recuerdo, siete canciones. Al momento que nos detuvimos para poder cambiar de lado el caset, todos aprovecharon para salir huyendo hacia la sala donde estarían a salvo de nuestra escalofriante performance.

Nos quedamos ahí callados, mirándonos y nos reímos. Comenzamos a recoger todo lo que habíamos usado para nuestro concierto y en eso mi abuelo se me acerco. Me tomo por el hombro y me dijo que le había gustado el concierto, que estaba seguro que el instrumento que yo toque sería la guitarra. Nos abrazo a los tres y entro a la casa para también disfrutar de la fiesta.

Esa misma semana, mi abuelo falleció. Un cinco de febrero del noventa y seis, tres días después de haberme dicho que estaba seguro que el instrumento que yo toque sería la guitarra, dos días después de haber bailado hasta cansarse en el cumpleaños de mi abuela.

Un veintiséis de febrero, algunos días después de la muerte de mi abuelo, mi abuela me llamó por teléfono porque quería que vaya a su casa y así lo hice. Llegue a su cuarto y ella aun estaba con los ojos rojos. No había parado de llorar después de la muerte de mi abuelo. Abrió su ropero y saco un estuche negro.
Me dijo: “Esto te dejo el papi”.
Yo mire el estuche y de pronto empecé a llorar más que ella. En mi cabeza retumbaba a mil decibeles la voz de mi abuelo asegurándome que el instrumento que toque sería la guitarra. La saque del estuche y en la parte de atrás del mango, encontré mis iniciales y la fecha en que me la iba a regalar, ese veintiséis de febrero al que él no pudo llegar.

1 comentario:

JRodriguezD dijo...

Porque los abuelos siempre inspiran... y porque siempre son recordados