El televisor de la sala esta encendido y los dos estamos en el mueble frente a el. Yo miro el programa que tú pusiste, mientras tú duermes con la boca abierta, respirando fuerte pero sin roncar, con esa pesada colcha cubriéndote las piernas porque la chimenea no calienta nada.
No pasaran mas de tres minutos para que te despiertes de golpe, me mires y digas: “ya esta hirviendo el agua” y mientras yo intento seguirte la conversación, nuevamente te dormirás, respirando tan fuerte como tres minutos antes, con esa absoluta paz que muchas veces solo encuentro cuando te veo cabecear en ese mueble, en esas tardes, en esos momentos llenos de silencio.
Dos minutos después, te despertarás, te sentarás bien y me recomendarás que me vaya a mi casa porque ya es muy tarde y es peligroso que camine por la calle a esa hora, así sean las seis de la tarde. Me preguntarás varias veces si he ido a mi casa o si vengo de la universidad, me contaras varias veces más que el perrito es muy inteligente porque a las siete de la mañana “grita” para que lo saquen a pasear y que tus periquitos ya tienen frío y que tienes que ir a taparlos.
Me preguntarás varias veces también si es que he almorzado, si es que visto a mis hermanas o si mi mamá esta en mi casa. Seguramente conversaremos alguna tontería que nos dará mucha risa y dirás “ichitoso”. Me contaras de alguna noticia del periódico en el que un hombre se quiso “burlar” de una chica para “perjudicarla” y dirás “punejemplo” cuando quieras ilustrarme la noticia.
Seguiremos conversando y te preguntare: “¿Abue, tu me quieres?” y tu, achicando tus ojitos mientras juegas con tus pulgares me dirás: “A veeeces…”. Luego nuevamente hablaremos de cualquier cosa y comenzaras a cabecear, a respirar fuerte por la boca y sin roncar, y yo bajaré el volumen de la tele para escucharte cabecear, no dormir, solo cabecear, porque tú, según tú, nunca duermes en las tardes.
Hace tiempo, alguien colgó en la mesa del comedor un cuadro que curiosamente decía: “Abuelita, te quiero a veces”. Cuando lo leí me dio risa porque me acorde de todas las veces que le he preguntado si me quiere y me ha respondido “a veces”.
Pero luego de pensarlo y recordar todas las veces que se ha peleado con mis primos por guardarme comida aunque no vaya a almorzar a la casa, por todas las veces que me he sentido mal y ha salido a comprarme medicinas, por todas las guerras con migas de pan, por todas las veces que se ríe de la ves que me robaron mis zapatillas y llegue a la casa con unos zapatos gigantescos, por las veces que me defiende, por todas las veces que me repite las mismas preguntas, porque se ríe conmigo y de mi, porque me deja esconderme en su casa cuando estoy depre y no quiero salir ni a trabajar ni a estudiar, porque con muchos detalles me demuestra que su “a veces” no es un a veces, si no un siempre, siempre ha sido un siempre.
Por esa misma razón tome un papel, escribí grande la palabra SIEMPRE, y la pegué encima de ese “a veces” que decía en el cuadro, en honor a ese “a veces” que siempre sabremos que es un siempre.
No pasaran mas de tres minutos para que te despiertes de golpe, me mires y digas: “ya esta hirviendo el agua” y mientras yo intento seguirte la conversación, nuevamente te dormirás, respirando tan fuerte como tres minutos antes, con esa absoluta paz que muchas veces solo encuentro cuando te veo cabecear en ese mueble, en esas tardes, en esos momentos llenos de silencio.
Dos minutos después, te despertarás, te sentarás bien y me recomendarás que me vaya a mi casa porque ya es muy tarde y es peligroso que camine por la calle a esa hora, así sean las seis de la tarde. Me preguntarás varias veces si he ido a mi casa o si vengo de la universidad, me contaras varias veces más que el perrito es muy inteligente porque a las siete de la mañana “grita” para que lo saquen a pasear y que tus periquitos ya tienen frío y que tienes que ir a taparlos.
Me preguntarás varias veces también si es que he almorzado, si es que visto a mis hermanas o si mi mamá esta en mi casa. Seguramente conversaremos alguna tontería que nos dará mucha risa y dirás “ichitoso”. Me contaras de alguna noticia del periódico en el que un hombre se quiso “burlar” de una chica para “perjudicarla” y dirás “punejemplo” cuando quieras ilustrarme la noticia.
Seguiremos conversando y te preguntare: “¿Abue, tu me quieres?” y tu, achicando tus ojitos mientras juegas con tus pulgares me dirás: “A veeeces…”. Luego nuevamente hablaremos de cualquier cosa y comenzaras a cabecear, a respirar fuerte por la boca y sin roncar, y yo bajaré el volumen de la tele para escucharte cabecear, no dormir, solo cabecear, porque tú, según tú, nunca duermes en las tardes.
Hace tiempo, alguien colgó en la mesa del comedor un cuadro que curiosamente decía: “Abuelita, te quiero a veces”. Cuando lo leí me dio risa porque me acorde de todas las veces que le he preguntado si me quiere y me ha respondido “a veces”.
Pero luego de pensarlo y recordar todas las veces que se ha peleado con mis primos por guardarme comida aunque no vaya a almorzar a la casa, por todas las veces que me he sentido mal y ha salido a comprarme medicinas, por todas las guerras con migas de pan, por todas las veces que se ríe de la ves que me robaron mis zapatillas y llegue a la casa con unos zapatos gigantescos, por las veces que me defiende, por todas las veces que me repite las mismas preguntas, porque se ríe conmigo y de mi, porque me deja esconderme en su casa cuando estoy depre y no quiero salir ni a trabajar ni a estudiar, porque con muchos detalles me demuestra que su “a veces” no es un a veces, si no un siempre, siempre ha sido un siempre.
Por esa misma razón tome un papel, escribí grande la palabra SIEMPRE, y la pegué encima de ese “a veces” que decía en el cuadro, en honor a ese “a veces” que siempre sabremos que es un siempre.